Capitulo 3.  

Veneración de sus subordinados por el santo. Crecimiento del monasterio. Predicción de su próxima destrucción. Muerte. Perfume de fragancias. Sepultura. Diversas curaciones posteriores.


29. Hizo también muchos signos y milagros en ciegos, cojos, enfermos y personas poseídas por el diablo, e incluso en aquellos que habían perdido sus sentidos por la intemperancia de sus humores malos, y que venían a él de las partes lejanas y próximas, y a todos los sanaba porque la virtud  de Dios estaba con él.
Este siervo de Dios vivió entre los suyos como un ermitaño, un tipo de vida que es la raíz de la vida de los monjes, pues estos hombres viven en soledad apartados del siglo en todas las cosas, unidos a la alabanza de los ángeles. Su vida es tan trabajosa que incluso muchos, tanto por la fragilidad del cuerpo como la del alma, no son capaces de llevarla si se incorporan a ella precipitadamente y sin prudencia.
Viviendo este discernimiento, el santo Padre confortó a sus súbditos con el ejemplo y la doctrina, moviéndoles a toda obra buena, tal como el hombre que inflamado de pasión comunica a todos este ardor.
Mientras vivió nadie quería  otro maestro; ni lo querían ni lo buscaban. Se entregaban sobre todo a su dirección para que los dirigiera en el camino de la rectitud, sin ofender a nadie ni murmurar.



30. No los obligó a llevar hábitos como suele usarse en este tipo de comunidades, pero no porque relajase la regla de San Benito que asumían; y aunque podría parecer que con eso destruía la vida común y los libraba de obligaciones, por el contrario, no los quería dispensar de la dureza del rigor de las vigilias, los ayunos y la mortificación de la carne.
Imitando al primer ermitaño San Pablo y a sus compañeros, que preferían  vivir en los bosques antes que en las ciudades, con frecuencia solía tomar escasísimo alimento con el que apenas sustentaba su cuerpo y usaba un áspero y duro vestido desde que salió peregrinando del país donde vivía. También, desde que fue expulsado de su sede hasta el fin de su vida celebró los oficios divinos del altar, no según los privilegios de los obispos, sino según la costumbre de los presbíteros pobres, e imitando en ello la Pasión de Cristo,  alcanzaba una honda alegría del corazón y ninguna angustia del alma.



31. Con frecuencia se empeñaba en que la congregación tuviera preferencia sobre su criterio de padre espiritual y defensor de la institución, como sería lo más adecuado. Todos los que estaban bajo su gobierno se oponían a que lo hiciera porque no querían tener a ningún otro como padre y doctor, diciendo  que  le querían tener de maestro espiritual de modo que nunca cambiara esta regla mientras viviera, para que en ellos se reflejara mas sublimemente la luz de Dios.
Por esta causa se divulgaron por muchas regiones estas disposiciones de sus corazones y venían a ellos muchas personas a pedir consejo y auxilio para sus almas.
Y muchos que permanecían en la región y en las cercanías del mencionado monte cuyo radio de influencia era amplio y extenso por razón del suavísimo olor de santidad de sus conversaciones, ofrecían a San Disibodo sin condiciones todos los campos y haciendas y edificaban en aquellos bosques  habitáculos para utilidad de todos



32. Después que trabajó allí largo tiempo, declinaron las fuerzas del cuerpo del santo por sus grandes trabajos, y atemorizó a su hijos al predecirles en espíritu que tal prosperidad y seguridad como la que habían vivido sin contradicción tanto  tiempo no podría durar por siempre, sino que habrían de padecer muchas y grandes tribulaciones y preocupaciones, porque el diablo trabajaría con diligencia en perturbarles, a ellos y a los que vivieran después. Cuando la gente se empeña en obrar bien, el demonio, pese a que el vivir rectamente lo confunde, con frecuencia se burla grandemente.
Sin embargo les consoló también abundantemente con piedad diciéndoles:

-Yo con suspiros y dolor de mi corazón y con gran deseo ha trabajado hasta ahora para no ver vuestra tribulación en vida en este siglo, y confío en que así lo hará el Señor. Pero vosotros sabed que después de mi muerte ya cercana, (porque la fuerzas del cuerpo ya me fallan) y después de las tribulaciones que habréis de pasar, vendrán nuevos tiempos para vosotros,  mejores que los actuales, de modo que abundareis mas en todo lo que necesitéis para el cuerpo y para el alma en los tiempos posteriores que lo que habéis abundado estando yo vivo entre vosotros.



33. Al  oír estas palabras derramaron lágrimas con gran dolor porque entendían que les hablaba del fin inminente de su vida. El rumor se extendió por el pueblo y movió a que muchos se acercaran a verlo, oírlo y encomendarse  a sus oraciones y a los méritos de su santidad. Él, amonestándoles para la salvación y dándoles palabras de bendición se encomendaba a sus hijos para que se las devolvieran, y no dejaba de recordarles que su fin estaba próximo para que se mantuvieran vigilantes en esas disposiciones. Entonces, al oir que era inminente el fin de su vida, gemían con voz entrecortada y lo visitaban con más frecuencia. Y aunque él conocía el día de su fin no lo manifestó a nadie, excepto a unos pocos religiosos que conocían casi todos sus secretos, a quienes había dicho que aquello le había sido manifestado por ángeles, ordenándoles que no lo dijeran a los demás, y lo ocultó cuanto pudo para no perecer por la abalanza, él que había hecho tantas obras grandes.



34. Después de haber servido a Dios fielmente en el citado monte treinta años y haber provisto a sus hermanos plenamente de cuanto era necesario para la vida presente, más agotado por el trabajo que por la edad, comenzó a estar enfermo y le fallaron completamente las fuerzas del cuerpo. Convocados de inmediato todos los hermanos, les nombró un Padre que fuera el primero mientras él viviera todavía, y le encargó todas las cosas que se referían al lugar. Ya en otro tiempo [éste] había rechazado la precedencia como padre, porque habían seguido siempre al santo como Padre en todas las cosas.
Determinó  el lugar de su sepultura y les rogó con grandes gemidos y lágrimas que no lo sepultaran en un lugar excelente sino en un rincón humilde de su oratorio en el cual  había servido a Dios en soledad. Entre lágrimas, se lo prometieron en respuesta a sus requerimientos.
Apenados, enumeraban sus obras buenas y su doctrina y quejándose amargamente decían:

-¡Ay, ay! que será de nosotros si te perdemos a ti, defensor y consolador de nuestras almas y nuestros cuerpos.
Y así como el ciervo desea las fuentes de agua, así deseaban con vehemencia tenerle más tiempo con ellos, como lo habían tenido con gozo en otros tiempos que ahora no podían rememorar en su corazón.





35. Finalmente,  habiendo crecido el dolor y convocados de nuevo a sus hermanos, les comunicó como pudo que el fin de sus días era inmediato, y después de muchos trabajos y tribulaciones, terminó los días de su vida en esta tierra en el año ochenta y uno de su edad, el 8 del mes de junio, cuando delante de los presentes entregó su espíritu al Señor al que había servido fielmente.
Una vez muerto siguió inmediatamente un suavísimo olor de bálsamo y como de incienso y mirra y de todos los aromas, y acto seguido allí acontecieron muchos otros signos. Por toda la región corrió la noticia de que había muerto S Disibodo  y por eso una multitud de hombres se acercó a las exequias  porque también deseaban ver el lugar de su sepultura y los signos que  Dios estaba haciendo.
El suavísimo olor que se difundió a su muerte duró hasta trece días después y permaneció en su sepulcro; y en esos días, siete hombres poseídos de espíritus malignos, treinta cojos y muchos ciegos y sordos y otro innumerable número de enfermos fueron verdaderamente curados por la gracia de Dios al tocar su sepulcro.



36. Como hubo muchos hechos singulares de estos y los hombres de aquel tiempo acostumbraban a tomarlos como signos, los grabaron en sus corazones soberbios y aunque postrado, aquel pueblo decía:

-Dios nos mostró más milagros y signos mayores después que murió el santo que durante su  vida, y  por eso también confiamos en sus méritos para vernos libres de peligros.
De los signos que entonces acontecieron allí sobre todos por la gracia de Dios, muchos se alegraron con más y mayor presunción de lo que debieran, por lo que Dios suspendió aquellos signos como castigo. El Espíritu Santo no quiere que el hombre se gloríe de los milagros que Él hace, sino que le tribute gloria y alabanza a El que es el único que tiene la potestad de hacerlos. Dios distingue las obras de sus santos del mismo modo que forma a sus criaturas, es decir, que mientras a unos les concede hacer buenas obras y santidad sin signos, a otros les concede hacer obras buenas y además grandes milagros, y a otros les da su gracia para que conviertan muchos a Él con sus buenos ejemplos, de igual modo que en la Creación puede discernirse el sol durante del día y la luna y las estrellas en la noche, según los tiempos.



37. Del mismo modo, [Dios] llenó la totalidad del cosmos con aves y reptiles y los demás animales que crecen, para no estuviera vacío de ningún modo. Por eso en los que se refiere al hombre algunos recuerdan  al monasterio en sus oficios. Cada criatura se multiplica dentro de su género tal como Dios lo ordenó desde su constitución original.
La criatura que es irracional socorre al hombre ayudándole, porque el hombre es padre de familia que no puede regir su casa sin la ayuda y ministerio de otros, pero Dios sólo al hombre le dio vida como ser racional y por eso no le faltará su inspiración como tampoco al árbol  le faltan las ramas. Porque Dios le infundió la capacidad de saber, de modo que pensando las cosas que quiere decir y cuanto tiene en la mente, después las enuncia con la voz y las multiplica con su palabra racional, lo mismo que al  árbol  se le multiplican las hojas.



38. Pero la criatura irracional carece de saber racional y es por tanto voluble y desaparece. El hombre como ser racional tiene conciencia, la ama y procura tener ciencia y ve en ella lo que es malo y nocivo, y se aparta, huye y se cuida de ello. Y con estas dos cosas, es decir con temor y con amor, posee la ciencia del bien y del mal y se rige por ella en todo lugar, tal como el ave vuela con las dos alas. Solo él fue formado a imagen y semejanza de Dios, que lo creó para que obrara según esa semejanza, y cuando su conciencia se orienta al bien, le ayuda la gracia del Espíritu Santo
Como se ha dicho, Dios hizo esta distinción entre sus criaturas, y como al hombre lo hizo a su imagen y semejanza, le dio un saber pleno y preeminencia sobre toda criatura mortal



39. Y como su carne es frágil y tiene fin, su alma no puede perfeccionarse en el bien sino por medio de lo que carece de fin. Quienes perseveren en el bien hasta el final ascenderán a Dios en el cielo y allí los querubines contarán sus obras buenas ante el trono de Dios, y ellos contemplarán el rostro de Dios, y aquellas obras, como oro purísimo y como piedras preciosísimas y  nobilísimas.
Por esta razón toda la armonía celeste entona sobre ellas un cántico nuevo y el Espíritu Santo las renueva con obras de los santos. Pero quienes perseveren en el mal serán imitadores de los ángeles caídos que por su maldad cayeron de la gloria del cielo y por fatuas vanidades se apartaron así del premio de la vida eterna.



40. Como se ha dicho, Dios en su presciencia infundió al hombre pleno saber racional porque el hombre podría ser superado en ciencia por el diablo, ya que gracias a ese saber el hombre conoce el mal por la ciencia del bien, y el bien por la ciencia del mal. Así pues, el hombre combate a ese antiguo enemigo en batalla permanente hasta que lo venza y llegue a poseer el lugar que perdió.
Lo cual no podría hacer de ningún modo si no tuviera pleno saber, pues como el hombre llega a saber reflexionando, apenas puede abstenerse de reflexionar sin verse condicionado a veces en la elección. 
Si las tinieblas oscuras ensombrecieran el corazón del hombre y saboreara que puede pecar en su carne, si entonces eligiera el pecado y perseverara en él, se asimilaría al demonio al apartarse de la claridad de la luz, porque estaría lleno de las tinieblas de sus deseos; y sería llevado por ello las penas de la gehenna



41. El santo desea hacer lo que no gusta a su carne y solicita la ayuda de Espíritu Santo para contemplar el reflejo de la santidad. Y cuando el hombre contempla su rostro en el mundo, en el que sin embargo no está, enmienda lo que allí ve que es indigno en esa medida. Al contradecir su carne por la fe y obrar lo que no agrada a la carne, el santo hace obras buenas para confusión del diablo.
Y así, a través de estos durísimo y fortísimos combates contra sí mismo, o venciendo sus voluptuosidades, poseerá la caridad que tuvieron los ángeles caídos [antes de la caída].  
En efecto, Dios constituyó la creación de manera que el hombre la lleve con sus obras a la perfección, y por eso también imbuyó a algún hombre que construyan edificios santos y reúnan a otros para servir a Dios, a quienes sin embargo permite que les acontezcan en mucha ocasiones muchas y variadas vicisitudes consecuencia de deseos no rectos.
Sin embargo Dios tolera todas estas cosas para que [los hombres] no dejen de llegar a  su fin último. Donde el Espíritu Santo edifica edificios y hombres, aunque vivan negligentemente en sus pecados, si alguien hace destrucciones por la contumacia de su perversidad, el fuego del Espíritu Santo los  renovará rápidamente con alegría y según su juicio.


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