Capitulo 4.
Dispersión de los monjes. Regreso. Traslado del cuerpo sagrado por San Bonifacio. Ruina del monasterio, circunstancias y acontecimientos.
42. El Espíritu Santo obró también así en el mencionado lugar en que San Disibodo sirvió a Dios con buenas obras y donde al partir de esta vida entregó felizmente a Dios su espíritu.
Efectivamente, pasados algunos años después de su tránsito, toda la mencionada región fue presa de la angustia de las guerras, ya que algunos extranjeros devastaron con tiránica rabia esas tierras y las contiguas del Rin.
Los habitantes de esos lugares, aterrorizados de horror y temor, huyeron como pudieron, pero los príncipes de la región y la gente que se quedó, sabiendo que ese monte era alto e inexpugnable, huyeron allí antes de que lo ocuparan los enemigos. Confiados en si mismos contra [la voluntad] de los frailes que allí servían a Dios, hicieron rápidamente muros de defensa de los habitáculos, confiando que escaparían a la crueldad de los tiranos, tanto por los méritos de San Disibodo como por sus fortificaciones del monte.
43. A causa de la multitud y la angustia de los hombres que habían ocupado el monte, la congregación de frailes que allí servía a Dios estaba inquieta y no podía servir a Dios según su regla, por lo que, por consejo y a petición de algunos de aquellos hombres y príncipes, los frailes se separaron para ir a regiones lejanas, (porque les prometieron que después de estas tribulaciones y trabajos volverían con honores). Los frailes se dividieron, excepto unos pocos varones perfectos que decidieron quedarse junto a la tumba de su santo patrón para conservar su honor. Eran de tanta perfección que no se preocupaban de las cosas del mundo ni de su propia vida.
Pero la mencionada tribulación no duró muchos años porque con la ayuda de Dios la región fue liberada de las incursiones de los enemigos despóticos.
Cuando esto ocurrió, los que habían ocupado el monte, al recodar su mal comportamiento y también llenos de temor de Dios, investigaron dónde estaban los frailes de la mencionada congregación, y con gran deferencia los repusieron en su lugar con cuantas personas y cosas se habían reunido y edificado allí, así que se otra vez juntaron con mayores medios que los que se tuvo en el principio.
44. Con lo cual pasó según había dicho San Disibodo en vida, que después de la muerte del santo, los tiempos más recientes fueron mejores que los antiguos, y después que pasaron las tribulaciones, [los tiempos] volvieron a ser como los anteriores; volvieron al lugar y acogieron a muchísimas personas de regiones remotas, tanto espirituales como seculares, [que venían] a recibir consejo y auxilio en sus cuerpos y en sus almas. Y Dios purgaba a estos hombre buenos por sus negligencias cada vez que se desviaban.
De este modo también sucedió que cuando acontecían signos y milagros por los méritos del mencionado santo, religiosos mas negligentes de lo que debieran gozaba de tales dones, por lo cual los signos se hicieron menos frecuentes y aparecían menos que de costumbre. Porque allí donde las obras del Espíritu Santo se ven y se conocen pero se muestran con ostentación, el Espíritu Santo mismo examinará la ofensa para imponer la pena en su juicio y exigirá el pago hasta el último ochavo.
45. Una vez que hubieron cesado los signos y milagros junto al sepulcro del santo, la posteridad conservo durante muchos años religiosamente el recuerdo de su tránsito al cielo. Finalmente, por gracia divina, cayeron en la cuenta aquellas gentes, gimiendo a sí mismos con suspiros, que Dios había retirado de allí el poder de sus milagros y prodigios como sanción por sus pecados, y para que reavivaran el recuerdo del santo. Y acusándose a sí mismos se dijeron unos a otros:
-¿Cómo somos tan torpes que no veneramos a este santo de Dios, cuando la verdad es que Dios por sus buenas obras y meritos hizo entre nosotros grandes milagros?.
46. Pero Dios, que conoce las cosas ocultas manifestó allí de nuevo los méritos de su santo, de modo que el mismo día que hacían estas cosas, se curaron un hidrópico y otros enfermos que padecían varias enfermedades, y lo mas llamativo fue el suavísimo olor que fue envolviendo a toda la procesión y mantuvo esa admirable fragancia durante aquel día, por lo que la gente de la región donde habían ocurrido estas cosas determinó establecer un día anual de peregrinación al sepulcro, que fijaron en el día de la muerte [del santo] para venerarlo con oraciones y ofrendas.
Y así los frailes de la mencionada comunidad monástica vivieron en paz durante muchos años y sirvieron a Dios honrando a San Disibodo sin perturbaciones y en paz, de tal modo que la gente los honraba, los estimaba mucho, y les prestaba la ayuda y cosas materiales que necesitaran, por cuya razón abundaron en bienes y riquezas de muchos modos.
47. Y por último, trascurridos ya muchísimos años y reyes, surgieron de nuevo grandes disputas entre la comunidad religiosa y los gobernadores de la comarca. Por cuya razón los mas ancianos de la región fueron con sus gobernantes ante el emperador Carlomagno, que en aquel tiempo había recibido el nombramiento de Emperador de los Romanos, y le dijeron que no era conveniente que hombres que debían servir al espíritu y no a la carne, a Dios y no al mundo, poseyeran riquezas y vivieran con el lujo y la pompa del mundo como los monjes que vivían en el Monte de San Disibodo, y más, cuando ellos mismos vivían oprimidos por guerras y angustias y carecían de medios para defender al reino y valerse a si mismos.
El emperador escuchó su petición pero sabiamente hizo como que no prestaba atención, diciendo que no había de quitar a aquellos monjes ninguna de sus propiedades y recursos, como ellos pretendían. Recibida esta respuesta, ellos se contuvieron de llevar a la práctica su propósito.
48. Así pues una vez muerto el Emperador y pasados otros sucesores, después de algún tiempo algunos tiranos iniciaron crueles batallas con tanta fiereza y crueldad, que las ciudades próximas al Rin que ellos oprimían fueron destruidas, y por esta razón los más nobles de la región, que eran del linaje de los mencionados príncipes de la sede de Maguncia, junto con el prelado de esta sede, comparecieron ante el emperador que en aquel momento ostentaba el poder y le presentaron la reclamación antes dicha, exigiéndola con acritud, y diciendo que no tenían medios con que defender y servir al imperio ni tampoco para defender su vida, mientras los que habitaban en el Monte de San Disibodo y sus parientes tenían recursos suficientes. Cómo se había llegado a esta situación, ellos lo ignoraban.
Oído ésto, el emperador dio su asentimiento, y convocados príncipes y jueces inquirió en forma de juicio sobre la petición, para saber con qué tradición, qué confirmaciones y de que modo se habían entregado posesiones y recursos desde hacía tanto tiempo a aquella comunidad de monjes.
49. Ellos, cegados por la malicia y la envidia, informaron al emperador afirmando muchas cosas falsas y preparando testigos falsos, diciendo que aquella comunidad de monjes tenía sus posesiones desde hace mucho tiempo sin disputa, pero injustamente y sin concesión ni sentencia imperial. Y por esta razón, con el parecer favorable de los jueces que juzgaron injustamente, una vez que hubo sentencia imperial y recibieron licencia del Emperador, los promotores de aquella disputa, junto con el mencionado prelado, que era el principal invasor de las posesiones y recursos que estaban en el monte de San Disibodo, irrumpieron en los términos del monte para arrebatarlos en crudelísima invasión, y la Providencia lo permitió.
Ante esta grave perturbación y persecución, los monjes que allí habitaban, perturbados, consternados e inclusos asustados y aterrorizados por la inminencia y el horror de las guerras, dejaron el monte con gran llanto y se trasladaron a otros lugares donde pudieron.
50. Para que los que se habían ido no tuvieran esperanza de volver, los invasores antes mencionados destruyeron sus moradas excepto el edificio del lugar santo donde estuvieron los huesos del santo durante el traslado, después de su inhumación. Y para que ese lugar desolado no permaneciera sin ningún oficio divino, los destructores nombraron un sacerdote que los rigiera, viviendo en un pueblo vecino, a quien proveyeron suficientemente y con beneficios, otorgados para retener su nombramiento.
Y así este lugar permaneció desolado largo tiempo. Por fin, al cabo de muchos años, un conde de esa región, de nombre Liuthardus, noble de antigua ascendencia, enfrascado en los asuntos del mundo pero inundado de riquezas, al ver desolado un monte tan alto y hermoso suspiró conmovido por la gracia divina, y por gloria de la Santa Trinidad y en memoria de San Disibodo dispuso que en ese lugar sirvieran tres sacerdotes a quienes dotó de recursos suficientes para que pudieran vivir allí.
51. Tiempo después, pasados algunos años, un arzobispo de la sede de Maguncia, que era piadoso, humilde y penitente, peregrinó al monte e inclinado de rodillas ante la tumba de S Disibodo se arrepintió con vehemente dolor porque él se había hecho grande y rico a partir de las riquezas arrebatadas injustamente a este santo, e hizo voto a Dios, que al modo de los doce apóstoles, doce eclesiásticos sirvieran allí a Dios y al mencionado patrón día y noche, y en cuanto estuvo en su mano hizo también que llevaran al lugar los recursos necesarios, y así la divina providencia purgó a la región y fue retirando en parte sus tribulaciones.
Pero esto no se hizo por completo todavía. Cuando finalmente las cosas fueron del agrado de Espíritu Santo en su arcano designio, inspiró a un prudente varón laico para que presidiera la sede de Maguncia, y le hizo anhelar que aquel antiguo lugar resplandeciera con el fulgor de sus comienzos.
Y este hombre hizo como el prudente padre de familia que reparte sus cosas con caridad entre sus hijos: puso a los beneficiados del mencionado monte en otros lugares convenientes para ellos y restituyó aquel lugar a una comunidad de monjes observantes de la regla de San Benito para que allí se instalaran y vivieran santamente
52. Hecho esto, dejándose llevar por la generosidad de su corazón, aquel santo varón dio cuanta limosna pudo de las propiedades y bienes que poseía.
Pero la comunidad allí establecida padeció también tribulaciones por permisión divina, al igual que las padecieron los que estuvieron en los comienzos, como acontece en este momento y sucederá en los posteriores, según lo merezcan sus habitantes.
Muchas fabulaciones míticas se narran y cuentan sobre las causas de los mencionados hechos y la amplia variedad de vicisitudes acaecidas, pero nada tienen que ver con el Espíritu Santo y por tanto se han ido disipando como paja que arrastra el viento. Las palabras manifestadas por el Espíritu Santo para gloria de su nombre, memoria del santo patrón y enseñanza de los hombres que escuchan son revelación veraz, por lo que no he de comentar aquí nada de las viejas fabulas, ni siquiera las palabras necesarias para desautorizarlas.
53. Hemos de considerar también la obra Dios desde el primer hombre hasta los hombres de nuestros días. Cuando el primer Adán pecó en el Paraíso, salió del Paraíso como peregrino, y puesto que cayó como criatura débil, también Dios quiso ofrecerse a las criaturas como se nutre a un recién nacido.
Tras vestirse de humanidad, el Hijo de Dios se ofreció a sí mismo en sacrificio al Padre y abrió la boca del hombre para recibir el alimento de la justicia, al igual que se alimenta a un niño. Y cuando el mismo Hijo de Dios ascendió a los cielos llenó a los hombres de fuego del Espíritu Santo y les enseñó a luchar contra los vicios y concupiscencias, y a ofrecerse a Dios en sacrificio, de modo que también ellos eligieran vivir según la armonía celeste, como hacen los hombres espirituales que se niegan a sí mismos y al mundo por amor de Dios; o como procuran hacer otros hombres buenos que guardan continencia con deseo ardiente, según la medida del don del Espíritu Santo, de manera que el hombre saborea por sí mismo su aliento en la plenitud de su madurez.
54. Así actúa Dios y así lo hizo aquí, porque Él rechaza la duda y manda aprovecharse de la verdad infundida confiadamente.
De igual modo actuó con los hombres que permanecían y permanecen en el citado lugar como ya se ha comentado, purgándolos con frecuencia; y de igual modo, a muchos otros los castiga con frecuencia pero no los destruye. De modo parecido actuó con Israel, que empezó bien pero después fue víctima de muchas vanidades por las que padeció tribulaciones y persecuciones en el tiempo determinado por Dios. Y así, con estas correcciones, no perecen a lo largo de la Historia.
Ahora alabemos a Dios que combatió a la antigua serpiente y sanó toda mancha de pecado hasta la consumación de los tiempos, en que se manifestará plenamente su designio sobre sus fieles, como ordenó desde el principio. Entonces será plenamente confundido el antiguo enemigo, que no aprovechará para sí ni para otros, ni podrá darse ninguna gloria.
Así pues, pronuncio estas palabras con verdadera sabiduría: Soy una pobrecita que yace en el lecho de la enfermedad, que vi estas cosas, las oí, comencé a escribirlas y acabé de escribirlas y sé que Dios tiene poder para levantarme del lecho si le place. Amen.