(293) Pensamientos. El citado viento ardiente que surge de la médula del hombre para el placer de la carne provoca y produce también vanos pensamientos, como cuando el hombre medita quién es y de dónde viene, o qué es ese gusto que contrajo para sí Adán con la manzana al transgredir el mandato de Dios, o cuando ve u oye algo en lo que el placer le sale al encuentro. Entonces, también por incitación diabólica y como enlazando con estos pensamientos, atraen de la médula el mencionado viento ardiente, que va a través del pecho y toca el cerebro y atraviesa el hígado y el corazón y cae en los genitales como quedó dicho. Y así les ocurre que desean saciar su placer con alguna acción.
(294) Pesadilla nocturna. Muchas veces cuando el hombre duerme, la sangre que hay en él arde con fuerza a causa del fuego de su médula y con el calor de la sangre se seca del todo el agua que hay en ella. Entonces también en ocasiones, con permiso de Dios, se imponen las artimañas diabólicas que existen desde la primera tentación de la primera coagulación, cuando el hombre fue concebido, y provocan alrededor del hombre una tempestad que golpea su sueño y le da miedo, como si se apareciera por opresión de la fantasía y estuviera allí mismo, y sin embargo no está ahí, ya que si estuviera el hombre no podría aguantarlo, como pasa con los truenos cuando retumban terriblemente y aterrorizan a los hombres de forma que los asustan despavoridos, pero es obvio que no están ahí realmente sino que en el último día mostrarán en plenitud todo lo que son capaces cuando hacen estremecer todo lo terrenal.
(295) Sueños. El diablo también actúa así cuando se aparece como en un torbellino nebuloso y atormenta al hombre incesantemente hasta que el alma vuelve en sí de sus sueños y se sobresalta sin saber qué tipo de miedo ha pasado. Estos terrores invaden con facilidad a todos los hombres cuando duermen, exceptuando a aquellos que <son> por naturaleza muy alegres y seguros. A estos cuando duermen rara vez les sobrevienen estos temores ya que la dicha grande y honesta que por naturaleza tienen en su interior no puede estar sin el toque del buen espíritu favorable, y también son de natural apacible y no son mentirosos ni de carácter tramposo.
(296) Complexión. Hay algunos hombres [a los que llaman “sanguíneos”] en cuya sangre surge muchas veces bilis negra que la ennegrece y seca el agua que hay en ella, y por esto tales hombres con frecuencia se fatigan gravemente tanto despiertos como durmiendo.
(297) Caída de Adán y bilis negra. Así pues, aunque Adán conocía el bien y cometió el mal al comer la manzana, en la coyuntura del cambio surgió en él la bilis negra, que el hombre no tiene despierto ni dormido sin que medie la tentación del diablo, ya que con la bilis negra suben tristeza y desesperanza.
Eso es lo que obtuvo Adán con su falta, pues cuando transgredió el mandato divino, en ese mismo instante la bilis negra se cuajó en su sangre igual que se retira el brillo cuando se apaga la lumbre pero la estopa pestilente permanece ardiendo y continua humeando fétidamente. Y eso es lo que le pasó a Adán, que cuando el brillo se le extinguió, la bilis negra se cuajó en su sangre, de la cual surgieron tristeza y desesperanza, ya que el diablo, en la caída de Adán, insufló la bilis negra en su interior para dejar al hombre incrédulo y sin fe.
Pero como la forma limita al hombre de modo que no puede ascender en altura más allá de lo prescrito, teme a Dios y se entristece, y sumido en esta tristeza pierde la esperanza y la confianza en que Dios lo protegerá. Y como el hombre fue creado a imagen de Dios y no puede dejar de temer a Dios, al diablo le cuesta tener trato con el hombre, que se le resiste porque después de todo el hombre teme más a Dios que el diablo, de modo que espera en Dios mientras el diablo nada tiene para él. Pero también muchas veces la tentación del diablo se enreda en esta bilis negra y pone al hombre triste y desesperado. De forma que así muchos hombres se angustian y se consumen en la desesperación, aunque muchos hacen frente a este mal y llegan a ser como mártires en esta contienda.
(298) Opresión de la mente. Y así el diablo atormenta al hombre lo mismo despierto como dormido y a veces le atormenta dormido y piensa que algo le está angustiando.
(299) Odio diabólico. Igual que el diablo odia la virtud en el hombre, también odia a todas las demás criaturas, hierbas o ganado, que son virtuosas, y a las que son limpias y las que son útiles.
Pues quien de día o de noche, durmiendo o despierto, se ve fatigado por una aparición diabólica, que busque un medicamento dado por Dios.
Pero cuando el hombre se encuentra triste o alegre, en calma o airado, o en otros distintos estados, no puede permanecer en ellos mucho tiempo, sino que necesita cambiar de actitud y estado de ánimo; y cuando está en medio de estos cambios, es decir que acaba un estado y comienza otro, es natural que el alma se resienta de tanta mudanza y casi sienta hastío por haber emprendido tanto cambio, y hace como si quisiera separarse del cuerpo; o sea, el alma actúa entonces igual que cuando está el cuerpo moribundo, es decir se escapa cuando bosteza, abriendo la boca al hombre.
(300) Bostezos. Y cuando el hombre ha emprendido entonces otros cambios u otras obras con gran esfuerzo, otra vez el alma vuelve a descansar del hastío de tanta mudanza. Y cuando otro cualquiera está también en ese estado de tedio y ve que bosteza otro, entonces su alma, por naturaleza obra como si también ella quisiera abandonar su cuerpo cuando abre la boca para bostezar.
(301) Estirar los miembros. Cuando el hombre tiene fiebres nocivas que empiezan a inundarle de humores perjudiciales, le invaden una pesadez del cuerpo y hastío de la mente. El alma al sentirlo, afectada en cierta medida como por el hastío por estas alteraciones, naturalmente se retira y hace crecer el propio cuerpo y extiende un poco sus venas, como hace cuando tiene que salir del cuerpo.
(302) Letargo. Algunos también tienen humores nocivos que hacen un vapor que sube al cerebro y lo infecta de tal modo que los atonta, los vuelve olvidadizos y los vacía de sensaciones.
(303) Hipo. También la afección llamada hipo nace del frío del estómago, y el frío se desarrolla alrededor del hígado y se extiende en torno al pulmón, de modo que también mueve las fuerzas del corazón. Igual que un hombre tiembla de frío y al temblar los dientes le castañetean, así también le pasa al hombre con el sonido de su voz cuando tiene hipo.
(304) Melancolía y psoriasis1. Muchas veces crece bilis negra en el hombre y esparce cierto vaho que mientras dura contrae las venas, la sangre y la carne hasta que deja de esparcirse por su cuerpo, o sea hasta que cesa. Pero también sucede muy a menudo que el hombre tiene exceso de bilis que como sobreabunda se esparce por su cuerpo sufriendo de este modo en sus carnes una especie de fisuras o pinchacitos hasta que se corrige el exceso de bilis.
(1) El original latino dice Psalmo, que podría ser psoriasis o rosácea.
(305) Bilis y castigo de Adán. Antes de que Adán transgrediera el mandato divino por culpa del cual ahora el hombre tiene bilis, ésta lucía como el cristal y tenía en sí el gusto por las buenas obras. La bilis negra que hay ahora en el hombre también refulgía en su interior como la aurora y albergaba en sí la ciencia y perfección de las buenas obras. Pero cuando Adán desobedeció, se oscureció el esplendor de la inocencia, los ojos con los que antes veía las cosas celestiales se extinguieron, la bilis se volvió amarga, la bilis negra negra y todo él se fue transformando en algo diferente. Así es como el alma contrajo la tristeza y en seguida buscó el perdón en plena ira, pues de la tristeza nace la ira, por lo que también por culpa de nuestro primer antecesor los hombres contrajeron la tristeza, la ira y todo lo que nos es perjudicial.
(306) Ira y tristeza. Cada vez que el alma del hombre siente algo dañino para sí y para su cuerpo, se contraen el corazón, el hígado y sus venas y de este modo se forma alrededor del corazón como una nubecilla que lo enturbia y así es como el hombre se entristece; y tras la tristeza nace la ira. Así, siempre que viere, oyere o pensare en algo que le provoque tristeza, la niebla de tristeza que cubre su corazón provocará un vaho cálido en todos sus humores y alrededor de la bilis y la agitará; y así es como la ira surge silenciosamente del amargor de la bilis.
Y si uno no llega a la ira sino que la sobrelleva en silencio, la bilis se aplaca. Pero si en ese punto no se aplacare la ira, al extenderse tal vaho la haría resurgir convirtiéndose en bilis negra que emite de sí misma una capa densa y muy negra que, pasando hasta la bilis, arrastra por su culpa un vapor muy amargo con el que atraviesa hasta el cerebro del hombre enfermando primero su cabeza. Luego baja hasta su vientre y sus venas, y los intestinos se convulsionan y llevan al hombre a una especie de amencia. Y así el hombre llega a una ira que ni siquiera se reconoce, porque el hombre se enajena más a causa de la ira que de cualquier otra enfermedad de locura. Y muchas veces contrae algunas enfermedades graves a causa de la ira, porque cuando los humores contrarios se excitan con frecuencia con bilis y bilis negra, le hacen enfermar. Y es que si el hombre careciera del amargor de la bilis y la negrura de la bilis negra siempre estaría sano.
(307) Dónde crecen la bilis y la bilis negra. El hombre cuya bilis sea más potente que su bilis negra, doma sin su ira problemas. En cambio, aquel cuya bilis negra tiene más fuerza que la bilis, es iracundo y se encoleriza con facilidad. Y, lo mismo que un buen vino se torna vinagre fuerte y agrio, también así la bilis se incrementa a base de alimentos buenos y suaves y decrece con los malos. Por su parte, la bilis negra mengua con las comidas buenas y deliciosas y aumenta con comidas malas, amargas, y sucias así como por diversos humores de distintas enfermedades.
Y al que la cara se le pone roja cuando se encoleriza, es que su sangre hierve por culpa de la bilis y le llega a la cara en ese estado, y de repente le entra mucha cólera, pero su ira se reprime rápidamente como cualquier otro hervor que rápidamente se mitiga, y esa ira no provoca gran daño ni le reseca por dentro y como no se venga, a menudo se le pasa sin dejarle huella.
Pero al que la cara se le queda pálida inmediatamente cuando se encoleriza, su ira es tal, por haber excitado dentro de sí la bilis negra, que incluso no llega a movérsele la sangre, sino que revoluciona sus humores poco a poco, de modo que por esto se enfría, sus fuerzas se truncan y debilitan y así palidece su rostro dejando oculta la ira. Entretanto le brota un deseo insano de cruel venganza que perdura hasta el punto de no ser capaz de contener la venganza que reclama su ira.
(308) Suspiros. Y muchas veces éstos de los que acabamos de hablar languidecen por culpa de su ira y se resecan en su interior; pero el alma tiene ciencia e intelecto, por lo cual cuando medita, donde sea y sobre lo que sea, entran en su interior suspiros y el hombre no sabe de dónde salen. Y en cambio si percibiera que su cuerpo fuera a sufrir una ofensa, un desagravio o cualquier otra contrariedad y se diera cuenta de que no lo va a poder evitar, penetran en su interior hondos suspiros.
(309) Lágrimas. Entre los humores que tiene el hombre hay una especie de vapor amargo que provoca la tristeza que se esparce alrededor del corazón; y cuando ese vapor emite gemidos se impone a la linfa –es decir, al agua de la sangre del corazón y de las demás venas–, y haciéndola subir por las venas la lleva humeando casi como humo, a las venitas del cerebro, y por ellas alcanza los ojos, dado que también los ojos guardan cierta relación con el agua. Ese agua se derrama desde los ojos y son las lágrimas. Así pues el agua de las lágrimas sale de la sangre del hombre a través de los suspiros de los gemidos, igual que el semen del hombre sale de la médula y la sangre.
Por su parte, las lágrimas que brotan por la tristeza ascienden hasta los ojos como humo amargo ascendente, como quedó dicho, resecan la sangre al hombre y le mortifican su carne como malos alimentos que le perjudican y le nublan la vista.
Las lágrimas que brotan de felicidad son más gratas que las que salen de la tristeza. En efecto cuando el alma, ya sea por tristeza o por la razón, se reconoce celestial aunque esté peregrina en este mundo, y el cuerpo se alía con ella en hacer el bien de modo que forman un todo en sus santas acciones, en ese instante, sin nubecilla y sin aquel torbellino de vapor hace llegar suavemente hasta los ojos suspiros de gozo y alegría a través de dichas venas que manan como de una hermosa fuente. Y tales lágrimas no destruyen el corazón del hombre ni secan su sangre, ni mortifican su carne, ni provocan que se les nuble la vista.
(310) Penitencia. Si alguien, al hacer penitencia, llora sus pecados, estas lágrimas son mezcla de alegría y tristeza, y manan sin humo, con el mero remordimiento de la mente. Pero a veces secan algo la sangre, mortifican la carne y hacen que se nublen un poco los ojos, ya que proceden de una mente oprimida, y así será hasta que con la enmienda del pecado renazca en ellos la alegría.
Quienes, por otra parte, son por naturaleza grasos y también tienen gruesas las venas y blando el corazón lloran y se alegran con facilidad. Mientras que si son secos por naturaleza, tienen el corazón duro como un callo, cuya carne es más dura que cualquier otra; lloran rara vez y a duras penas y son muy ácidos de mente. Y las lágrimas que van hasta los ojos entre suspiros, si no salen por los ojos vuelven a los humores que están en el cuerpo y los vuelven amargos y parecidos al vinagre y secan el pecho. Pero, a pesar de todo, las que llegan a los ojos y quedan contenidas en el interior, no lastiman mucho los ojos porque no salen de ellos.