(283) Concupiscencia. El deseo surge en el hombre excitado por el fuego de la médula, que surge en el hombre de diversas formas: a partir de una alegría inadecuada, un comportamiento disoluto, excesos en los alimentos y bebidas o pensamientos vanos y superfluos. Así es como el hombre sale de sí. El fuego de la médula enciende el placer que tiene sabor de pecado; entonces el placer, con este sabor, provoca un hervor en la sangre como una tempestad de modo que la sangre hace una espuma parecida a la leche y la lleva en su placer a las oquedades de los genitales, ya que entonces está caliente y madura; al igual que cualquier alimento que ha sido cocinado y que ha sido llevado a su total preparación, más rico que antes de cocinarlo y prepararlo.
También en ese lugar donde reside todo el vigor de las venas se percibe este placer que también procede de las venas, como se ha dicho y sale por una única salida, como también sale de las tinajas por un único sitio todo el sabor y olor y toda la fuerza del vino. Y si a veces el hombre se fatiga con pensamientos placenteros, entonces también de vez en cuando le sale espuma de los genitales sin mediar tocamientos, igual que el agua agitada por el viento produce por sí misma espuma. Si se provoca placer con sólo el tacto entonces saca una espuma ligera, turbia y a medio calentar, parecida a una leche poco gruesa, ya que no ha sido calentada por ningún otro fuego. Pues lo mismo que un alimento no se calienta de por sí con su calor natural si no se le arrima un fuego exterior, así también el semen del hombre no finaliza su pleno calentamiento salvo que se vea ayudado con un calor exterior.
Por ello si un hombre tiene entre sus objetos de deseo otro ser humano o alguna otra criatura viva de las dotadas de sensaciones, entonces producirá un semen calentado por el fuego de ambos, similar a una médula gruesa y repleta, y si el varón produce tal efusión de su semen con una mujer, esparce su semilla hacia el sitio correcto como el que pone en la escudilla para comer la comida cocinada en la olla. Y si no es con una mujer, sino con alguna otra criatura contraria a su naturaleza, entonces derrama vergonzosamente su semilla al sitio inapropiado, como el que tomando el alimento cocinado de la olla lo vierte en el suelo.
Y esta semilla es el lodo con el que se forman los hombres.

(284) Polución. El ardor de la médula no se altera en la eyaculación del semen que tiene lugar en el hombre mientras duerme y sin ensoñación, tan solo por la propia naturaleza del hombre, pues aquella emisión se produce como agua tibia a temperatura moderada; mientras que en la eyaculación que tiene lugar por la visión de una ensoñación, la médula del hombre arde con fuerza de modo que tal eyaculación se derrama como agua hirviendo aunque sin terminar de cocer, ya que todavía el hombre no está despierto.
Si el hombre está en pleno deseo <y> siente en su cuerpo una conmoción, pero a pesar de tal emoción la espuma genital no sale de él, en tal caso no se debilitará físicamente. Pero si en pleno deseo la conmoción es tal que no puede contener el semen y aún así le queda retenido en el interior del cuerpo que lo retiene como sea, a menudo caerá enfermo por esta causa, e incluso contraerá fiebres agudas o tercianas, u otras enfermedades.

(285) Edad de que el varón tome esposa. A los quince años el varón empieza a tener sensaciones de placer y a causa de vanos pensamientos destila con facilidad semilla humana; pero ni el placer ni su semen han alcanzado aún en él la plena madurez. En cambio es necesario que cuando su semen aún no esté maduro ponga la más férrea observancia en no sucumbir ante una mujer ni saciarse con cualquier otro placer distinto1, pues en adelante fácilmente se quedaría insensato, cabeza hueca y falto de sabiduría y tenderá a ser de naturaleza insana e incontinente porque aún no ha llegado a la madurez para producir un semen maduro.
Si se trata de un varón físicamente robusto, entonces alcanza la madurez para consumar el deseo a los dieciséis años, y si es físicamente débil entonces su fertilidad alcanza la madurez a los diecisiete, con lo que tendrá en su madurez inteligencia plena y carácter mejor y más estable que las que hubiera tenido antes de madurar.
A partir de los cincuenta años el hombre abandona hábitos pueriles e inestables y adquiere un carácter más estable. Y si es de naturaleza verde y fuerte, el calor del placer va declinando hacia los setenta años; pero si fuera de naturaleza débil, entonces se le atenuará de los sesenta a los ochenta, pues a partir de los ochenta años se apaga del todo.
Por otro lado las muchachas sienten en sí a los doce años el gusto por el placer y también en su caso segregan la espuma del placer por pensamientos lascivos, aunque dicho placer no esté preparado aún para recibir el semen. Si la muchacha es aún inmadura es preciso que se reprima con diligentísimo celo para no caer en la lascivia, ya que en ese momento está disoluta en el extravío de la mente más que a cualquier otra edad. Pues cuando todavía no es fértil, si entonces no se reprime como se acaba de decir, echa a perder en su inmadurez fácilmente su honestidad, pudor y buen juicio por el libertinaje y un placer aún no maduro. Y además, por culpa de un mal hábito, en adelante imitará las costumbres de las bestias más que las de los humanos.
Si ella fuera a los quince años de naturaleza verde y húmeda, el placer ya está fértil y maduro en ella e incluso si es de naturaleza débil y enfermiza, a los dieciséis años alcanza la madurez de su fertilidad y tiene después inteligencia plena y madura y adquiere costumbres más equilibradas que las que hubiera practicado antes. También hacia los cincuenta años deja las costumbres propias de la niñez y síntomas de inestabilidad y adopta un carácter sereno y equilibrado en sus costumbres. Si es de naturaleza húmeda, lozana y fuerte, el placer de la carne se atenúa en torno a los setenta años, y si tuviera una naturaleza frágil y enfermiza la declina desde los 60 años y desaparece a partir de los 80, igual que se dijo del varón.
Por otro lado quienes en un arrebato de libido echan semen como los asnos se les ponen los ojos rojos y una película espesa a su alrededor y por consiguiente también se les nubla un poco la vista. También a quienes hacen esto mismo aunque sea con más moderación y autocontrol, se les nublará la vista aunque no tanto.

(1) Habría que decir “de naturaleza distinta”, con cualquier “no-mujer”.

(286) Médula. La médula está en el firmamento de los huesos de todo el cuerpo. Es bastante densa, pero no proporciona tanta fortaleza y robustez a los huesos como el corazón al resto del cuerpo. Arde con ardor ardentísimo hasta el punto de que su calor es superior al del fuego, porque el fuego se puede extinguir mientras que el fuego de la médula no se extinguirá mientras que el hombre viva. Con su calor y sudor atraviesa los huesos y da vigor tanto a los huesos como al cuerpo entero.

(287) Las tres propiedades de la médula. Pues el calor del fuego en la médula es como el fuego en una roca y contiene tres propiedades: Una imprime fuerza a la sangre para que fluya; otra produce a veces la sangre de forma distinta según sea hombre o mujer; y con la tercera produce el gusto ardiente y a la vez dulce y el viento fogoso que destila el dulcísimo amor para la procreación.

(288) Incontinencia sexual. En el ocioso y desocupado se produce de vez en cuando este viento ardiente que le sopla en el pecho y le pone muy contento. Así asciende desde su pecho hasta el cerebro y lo llena todo él y sus venas con un calor ardiente, y luego también alcanza a los pulmones y al corazón y así va a las zonas genitales, a los lomos en el hombre y al ombligo en las mujeres. Y entonces la ciencia del hombre se duerme por la ignorancia.

(289) Sugestión En ese momento se añadirá a todo esto la sugestión del diablo con su atormentadora tiranía y el hombre, olvidándose de la vergüenza, enardece de libido.
También cuando el sol nace, el aire y el rocío acuden en su ayuda para su quehacer. De esta forma el aire le aporta algo de frío y el rocío cierta humedad, gracias a las cuales se templa el calor de su fuego y una vez cálido, frío y húmedo desciende al entero servicio de los frutos de la tierra.

(290) Temperatura de la médula. Así como el sol aporta calor a la tierra, también la médula del hombre distribuye calor a todo el cuerpo, pero un viento vigoroso procedente del estómago, como aire que sale, enfría un poco el fuego de la médula, y la humedad de la vejiga procede como el rocío que al extenderse riega y humedece el fuego. El propio fuego da la temperatura adecuada al cuerpo humano, puesto que también entonces se atempera con el frío y la humedad. Pero lo mismo que los estragos de las tempestades y granizadas perturban el aire, que al realizar su función no proporciona al sol el frío justo ni el sol da al aire su calor adecuado, así también los distintos alimentos algunas veces enredan el estómago de tal forma que alterado por ellos no puede enviar refrigeración apropiada al calor de la médula, por lo cual ésta se agita y se infla en vez de templarse.

(291) Crápula. Pues cuando el hombre come sin medida, orden ni concierto todo tipo de carnes y alimentos calientes y refinados, el jugo de estos excita tempestades contrarias en el jugo de su médula y brota el placer.
Por eso, el hombre que quiera comer carne cómala con moderación, cocinada con condimentos sencillos, pero ni demasiado caliente ni demasiado deliciosa, ni preparada o envuelta con distintos aditivos y condimentos, ya que su jugo tiene cierta afinidad con el jugo de la carne del hombre y repercute fácilmente en sensación de placer en la médula.
Lo mismo que un viento áspero y seco debilita la fuerza del rocío de modo que entonces no aporta la adecuada humedad al calor del sol, también así un vino caro y fuerte seca la fuerza de la vejiga del hombre y no puede aportar la justa frescura a su médula.

(292) Vino. El vino es la sangre de la tierra, y está en la tierra como la sangre en el hombre, y tiene además cierta afinidad con la sangre del hombre. Lleva su calor como velocísima rueda de la vejiga a la médula y la vuelve ardentísimo ardor de modo que también la propia médula contribuye en tal situación a trasladar el fervor del placer a la sangre. Por lo cual quien quiera beber vino fuerte y caro, que lo mezcle con agua para que su fuerza y calor se debiliten y atemperen un poco; y también aquel vino peleón conocido como hunónico se ha de rebajar con agua hasta que suavice y mitigue su amargor y acidez; porque igual que la sangre es árida y no fluye sin la humedad del agua, así también el vino sin la mezcla del agua perjudica y seca al hombre, le disminuye su salud corporal y le aporta delectación carnal.
Todo alimento y bebida se ha de tomar moderadamente para que los distintos humores que hay en ellos no debiliten al hombre, y su naturaleza no exceda la medida en adversa delectación; porque igual que la tierra se estropea para dar muchos frutos si el sol la abrasa sin medida sin el efecto atemperador del aire y el rocío, así también el hombre debilitaría su salud física y se incitaría el placer de la carne si introdujera inmoderadamente en sí el ardor que aportan los alimentos y bebidas.
Y si el cuerpo está sano observe lo que se ha dicho sobre comida y bebida para permanecer sano, pero si es débil se ha de reponer comiendo carne con moderación y sensatez. Y aún así, que no beba nada de vino salvo que esté muy rebajado con agua.

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