XVIII. AUNQUE EL DIABLO NO PARE DE SEDUCIR AL HOMBRE CON LOS VICIOS, SIN EMBARGO NO PODRÁ LLEVARSE LA GLORIA DE DIOS.
Y de nuevo oí una voz del cielo que me dijo: “El Creador que constituyó el mundo, lo consolidó con los elementos y lo adornó cuando lo colmó de tantas criaturas al servicio del hombre. El diablo, envidioso de ello, no deja de seducir al hombre con los peores vicios para sustraerle completamente del honor a él reservado. Sin embargo no podrá destruir la gloria de Dios, tal como en esta visión se muestra claramente”.
XIX. DIOS ENSEÑA A LOS HOMBRES A NO CAER EN LA CONFUSIÓN DE LOS PECADOS.
Que veas que el Hombre que mencioné se vuelve hacia el Norte y mira Norte y al Oriente, significa que Dios le enseña al hombre a no caer en la confusión de la ceguera y los pecados, y que el hombre debe rechazar con vigor aquella confusión y prepararse al honor de la verdadera luz, porque en él se encuentra la ciencia del bien y el mal. El hombre podrá considerar en la rueda de la ciencia hacia que parte volverse.
XX. LOS VIENTOS, EL AIRE Y FECUNDIDAD DEL MUNDO, OBEDECIENDO PLENAMENTE A DIOS, ENSEÑAN COMO EL HOMBRE, CON SUS BUENAS OBRAS, DEVUELVE GLORIA Y HONOR NO A SÍ MISMO SINO A DIOS.
Y los vientos, el aire y la fecundidad del mundo que están bajo el firmamento del cielo, elementos en los que el Hombre se encuentra inmerso desde los muslos hasta a las rodillas, le sirven como de vestido. El vuelo y la amplitud de los vientos, la suave humedad del aire y la penetrante fecundidad de árboles e hierbas están sostenidas firmemente por las fuerzas superiores con las cuales obra Dios. Al hacerlas proceder de sí y al sustentarlas, le devuelven gloria en este proceso y le obedecen plenamente en todo. En efecto, Dios es glorificado por el misterio de las criaturas, como se honra al hombre por el vestido que viste.
También el fuego y la luz del aire son adorno de su vestido. El fuego, que calienta con su calor a las diversas criaturas, y la luz, que las ilumina con su suave resplandor, honran Dios y le embellecen en el desarrollo de su tarea, ya que por ellos se hace conocer y se le denomina omnipotente. Igual que a un hombre le llaman “señor y rey” por el resplandor de su vestido y por la diadema que lleva sobre la cabeza, las justas obras del alma glorifican a Dios, ya que, tal como existen las fuerzas de la creación, así también hay fuerzas en el alma.
En efecto, en el comienzo de los justos deseos el alma vuela casi como un viento; el gusto de la voluntad del bien rezuma casi como aire; y el perfecto cumplimiento de las obras perfectas, fecunda el alma como el mundo es fecundo. Y esto ocurre en la sabiduría de los secretos supremos, como bajo el firmamento del cielo, ya que la sabiduría empieza a llevar a la práctica las buenas obras en el alma de los justos y allí las completa. En estos elementos Dios se encuentra como entre muslos y rodillas, puesto que todos proceden de Él, y de Él incluso reciben el sostén para el cumplimiento de su perfección.
Todas estas cosas, que son como el revestimiento de gloria, vienen de los muslos de donde procede la vida, ya que todas las buenas obras en el hombre están engendradas por Dios, y van directamente hasta las rodillas que le sustentan, cuando Dios las refuerza. Por lo cual es justo que el hombre devuelva gloria con buenas acciones, no a sí mismo, sino a Dios.
Además, el fuego santo con el que se enciende el alma del fiel para que no se seque y deje de hacer trabajos santos, y la luz de la verdad, gracias a la cual nace y se difunde la fama de las buenas obras en los hombres, parecen los adornos del vestido, es decir, la gloria de Dios. Todo esto ocurre por la gloria y el honor de Dios. En efecto, el alma santa devolverá gloria y honor a Dios por las justas obras que realiza cuando está en el cuerpo, porque el alma hace estas cosas con la ayuda de Dios, como el profeta atestigua cuando dice:
XXI. PALABRAS DE DAVID SOBRE ESTE TEMA
“Mi Dios es mi salvación, en Él esperaré. Es mi defensor, el cuerno de mi salvación, mi sostén”. (Salmo 18,2-3) Cuyo sentido es:
Mi Dios por el que he sido creado, por el que vivo, a quien tiendo la mano cuando suspiro, a quien pido todas las cosas buenas porque sé que es mi Dios y que yo debería servirlo puesto que gracias a Él poseo la facultad de entender, me socorre con todos los bienes, ya que gracias a Él realizo buenas obras. También pongo en Él mi esperanza, puesto que me revisto de su gracia como de una vestimenta. Y así es mi defensor, ya que me protege del mal cuando mi mala conciencia me remuerde. Él me aconseja para que yo no haga el mal. Pero Dios es el cuerno de la salvación de mi alma ya que con el Espíritu Santo me enseña la ley. En la ley ando por sus caminos y tomo el alimento de vida que se da a los que realmente creen. Y con esta comida que recibo, Dios me colocará en su seno y me acogerá en virtud de estos dones, santificado con los elegidos en la suprema felicidad.
XXII. TAL COMO LOS ELEMENTOS UNAS VECES GERMINAN MUCHAS CRIATURAS Y OTRAS IMPIDEN SU FERTILIDAD, ASÍ A TRAVÉS DE LA BUENA FAMA SURGEN EN EL ALMA LAS VIRTUDES Y VUELVEN A ELLA POR LA CONTEMPLACIÓN QUE SALE DE LAS ORACIONES.
Las fuerzas de los elementos rezuman de la médula de las caderas del Hombre antes descrito, y vuelven de nuevo a la médula, tal como un hombre espira su aliento y de nuevo luego lo inspira. Porque lo mismo que el hombre se refuerza con la médula y le sujeta su cadera, así, de la potente fuerza del Creador proceden las virtudes de los elementos que sostienen y llevan al mundo, cuando infunden calor, humedad, fecundidad y firmeza en las diferentes criaturas, en el momento en que las hacen nacer y crecer, y cuando se reúnen otra vez en aquella potente fuerza del Creador, en el momento en que las deja marchitar.
En efecto las criaturas sometidas a los elementos nacen en cierto momento, y en cierto momento mueren. Cuando los elementos desarrollan su función, las dan fertilidad, pero cuando por orden de Dios se apartan, la impiden. Exactamente igual que cuando hombre emite la propia respiración para que no disminuya su vigor, y luego de nuevo lo vuelve a llamar a sí, inspirando, para confortar la misma fuerza vital. Estas obras están en relación con la vida del alma. En efecto, la fortaleza de la vida del espíritu está en el alma como la médula de la cadera está en la carne. De allí con la buena fama surgen las fuerzas de las virtudes, como hacen las de los elementos, y de nuevo vuelven allí por la contemplación que sale de las oraciones. Del mismo modo la contrición en el corazón del hombre le hace verter lágrimas hacia Dios, y cuando cesa la compunción en el hombre se contienen de nuevo las lagrimas.
XXIII. LOS ELEMENTOS, QUE NO SE EXPRESAN A LA MANERA HUMANA, SE ARRUINAN POR LAS INIQUIDADES DE LOS HOMBRES, POR LO CUAL ELLOS COMPARTEN SU INDIGNIDAD.
Esa voz tremenda que oyes, que dirigen los elementos del mundo al Hombre, indica las lamentaciones que los elementos dirigen a su Creador con grito salvaje. No porque ellos se expresen a la manera humana, sino porque, cuando sobrepasan el justo límite establecido por su Creador, muestran con ciertos movimientos las señales de su malestar por la violencia que padecen, confusos por los pecados de los hombres. Así demuestran que no son capaces de recorrer sus caminos y de cumplir con sus tareas en el modo programado por Dios, porque están revueltos con las iniquidades de los hombres. Por consiguiente, se ponen fétidos con la pestilencia del rumor depravado y con hambre de justicia, porque los hombres subvierten el valor de la justicia. A veces incluso se contraen por el humo fétido del castigo debido a las infames acciones de los hombres, cuando se ponen en contacto con su vileza. En efecto, los hombres están unidos a los elementos y los elementos a los hombres.
XXIV. A VECES DIOS ATORMENTA A LOS HOMBRES SUCIOS POR LOS PECADOS, HASTA QUE VUELVAN A LA PENITENCIA.
Pero este Hombre, es decir Dios, contesta que los purificará con sus escobas, es decir con sus juicios y castigos, y mientras tanto afligirá con muchos flagelos y calamidades a los hombres que han sido manchados con los pecados, hasta que vuelvan a Él por la penitencia. De este modo preparará la buena voluntad de muchos hombres.
XXV. DIOS QUIERE QUE TODO SEA PURO EN SU PRESENCIA.
Y todas las veces que los elementos se contaminen por los actos depravados de los hombres, Dios los purificará enviando tormentos y privaciones a los hombres, ya que Él quiere que todo en su presencia sea puro. Nada puede llevar a un final a Dios, tampoco Él puede ser disminuido de ningún modo.
XXVI. LOS VIENTOS Y EL AIRE A MENUDO PERJUDICAN LOS FRUTOS DE LA TIERRA, YA QUE LOS HOMBRES NO ABREN SUS CORAZONES A LA JUSTICIA.
Incluso los vientos están retenidos por la atroz podredumbre de las acciones vergonzosas, tanto que no pueden soplar correctamente con aire puro, sino que soplan a duras penas entre torbellinos de tempestades. El aire vomita suciedad por las muchas inmundicias de los hombres, y entonces lleva la humedad inadecuada e incorrecta que logra resecar la fecundidad y los frutos con los que deberían alimentarse los hombres; humedad que unas veces asume el aspecto de niebla, y otras veces de nieve. De ella nacen focos de parásitos nocivos e inútiles que perjudican y corroen los frutos de la tierra de modo que no puedan ser útiles a los hombres, puesto que cierran su corazón y su boca a la justicia y a las otras virtudes y no los abren a la verdad.
XXVII. ALGUNOS HOMBRES PERVERSOS SE PREGUNTAN QUIÉN PUEDE SER AQUEL DIOS QUE NUNCA HAN VISTO.
Aunque debería haberla no se encuentra ninguna fecundidad en los hombres perversos, y solo se encuentra árida sequedad debido a la vanas supersticiones de las artes diabólicas que tienen, que ajustan todo lo que hacen a su avidez y voluptuosidad, y se preguntan en su corazón y con su lengua quién es aquel Señor, o qué sabe, o qué fuerza tiene aquel Señor, del que dicen que nunca lo han visto y siempre está escondido.
XXVIII. LOS HOMBRES VEN A DIOS POR LA CIENCIA DEL BIEN Y LAS OTRAS CRIATURAS MORTALES
El Señor les contesta a éstos que cuando deberían hacer el bien, cuando les pregunta si no lo han visto a la luz de la ciencia del bien y a la luz del sol del mundo. También les pregunta cuando habrían tenido que evitar el mal, si no lo han visto en la oscuridad del corazón y en las tinieblas de la noche. Y les sigue preguntando si no lo han reconocido en las semillas de la justicia que brotan de la humedad del Espíritu Santo que les lleva a progresos cada vez mayores. O si todavía no lo han visto cuando siembran sus semillas en la tierra, aquellas semillas que se empapan con el rocío y la lluvia para crecer. ¿Y todo esto podría realizarlo alguien que no sea el Creador de todas las cosas?
XXIX. EL HOMBRE INTENTA LIMITAR AL CREADOR COMO SI FUESE OTRA CRIATURA.
Toda criatura conoce a su Creador y aspira a Él. Comprende con claridad que solo Dios la ha traído a la vida, porque solo Él hizo todas las cosas. El hombre en cambio, obligado y dividido entre muchas vanidades, hasta intenta limitar al propio Creador y rechaza confesar que Él puede hacer las mejores cosas. Y como el hombre lucha contra la capacidad creativa de Dios, le trocea en muchas criaturas de acuerdo con su propia voluntad, cuando carga sobre Él la responsabilidad de todo lo que él hombre hace por su propia voluntad y afirma que Dios lo ha creado de tal modo que no puede evitar el pecado que quiere cometer.
XXX. NINGÚN HOMBRE PODRÍA IMAGINAR LAS ESCRITURAS SI LA SABIDURÍA NO LAS HUBIERA DICTADO.
Se sabe quién es el autor de las Escrituras con su múltiple sabiduría: las hizo Dios. Ningún hombre habría podido nunca imaginarlas si la Sabiduría de Dios no las hubiera dictado. En estos textos habría que buscar, cuidadosa e inteligentemente, quién ha creado al hombre: Dios es quien lo creó.
XXXI. MIENTRAS QUE LA CREACIÓN CUBRA LAS NECESIDADES TEMPORALES DE HOMBRES, EL HOMBRE NO VERÁ LA PERFECCIÓN DE LOS GOZOS QUE LOS SANTOS, EN LA SUPREMA FELICIDAD, TENDRÁN DESPUÉS DEL FIN DEL MUNDO
Mientras que la creación cubra las necesidades temporales de los hombres en este mundo y provea lo que necesitan los hombres, el hombre no verá la grandeza y la perfección de los gozos eternos, porque los elementos están en relación con hombres y los hombres están en relación con los elementos del mundo. Pero después, cuando llegue el fin del mundo y la creación caiga en la aridez de la consunción temporal y sienta ya su cambio, los elegidos verán a su Creador y recibirán la recompensa de sus buenas acciones en una vida de alegría eterna y gozo completo. Entonces y desde aquel momento en adelante, no tendrán ninguna preocupación, ninguna unión con los elementos ni con las cosas del mundo, puesto que estarán en la eternidad, y en la vida beata estarán cerca de Dios, como está escrito:
XXXII. EL LIBRO DE LA SABIDURÍA SOBRE ESTE TEMA
“Los justos brillarán, correrán aquí y allá como chispas en un cañaveral, juzgarán las naciones, dominarán los pueblos, y sobre ellos el Señor reinará eternamente”. (Sabiduría 3,7-8). El sentido es el siguiente:
Los que son justos en virtud de sus santas obras recibirán el resplandor de la eternidad y la perpetua felicidad. Y estas obras las han realizado gracias a la fe en la santa Trinidad, en aquella rueda que vió Ezequiel, en la que Dios los verá y ellos verán a Dios. Así serán elevados a la altura y a la amplitud de la santidad resplandeciente, con gozo y regocijo, y sin la pesadez de la carne frágil. Y allí, centelleando con sus santas obras, ya sin estar sobrecargados por el cuerpo, aumentarán en santidad sin el obstáculo de ningún impedimento.
También ellos juzgarán de modo justificado en el juicio del señor, los pecados que tuvieron profunda raíz y pisotearán sus pecados si no los hubieran cometido habitualmente. Y así, con recto y justo juicio, dominarán a los pueblos que se mueven todavía en las preocupaciones y los deseos terrenales. Y entonces reinará el dominador viviente, Señor de los que han conseguido la vida por sus santas obras y sus santos méritos, y lo hará en aquella eternidad que no tiene fin.
XXXIII. LA VIRTUD DE DIOS VENCE COMPLETAMENTE A LOS VICIOS QUE INTENTAN OPONERSE A LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO.
Pero el hecho de que en la niebla descrita donde hay diferentes tipos de vicios, como ya se ha dicho, veas siete de ellos expresados en imágenes, significa que en la maldad de la incredulidad, representada como niebla, en la que se encuentran muchas formas y muchos tipos de pésimos e inmundos vicios, como se ha dicho antes, aparecen tantos vicios, con sus malas artes, cuantos son los dones del Espíritu Santo. Los vicios tratan de resistir a los dones de todos los modos posibles, pero no prevalecerán porque la virtud de Dios supera en todo y por todo la perversidad del diablo.