XXXIV LA SOBERBIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La primera imagen representa la Soberbia, principio de todos los vicios, materia y matriz de todos los males, ya que ella hizo caer el ángel del cielo y expulsó al hombre del paraíso. Ella es también quien pone insidias a las almas que desean volver a la vida con las buenas obras, cuando están al final de sus actividades, para sustraerles la recompensa del cielo. El hombre se exalta muy a menudo con los elogios a sus buenas acciones, y a causa de la soberbia se desvanece la recompensa de la santidad.
La soberbia tiene, por así decir, rostro femenino, ya que en el primer ángel que se precipitó del cielo cambió toda su voluntad en necedad. Necedad con la que, incluso, logró echar del paraíso a la primera mujer, como también logra ahora saca fuera de sí a los hombres con su depravada seducción.
Sus ojos son de fuego, es decir, su mirada arde en la maldad. La nariz está sucia de barro, ya que sin capacidad de discernimiento se vuelve fea en su insensatez. La boca está cerrada, ya que no tiene ningún afecto a las palabras honradas sino que en su corazón niega a Dios y a todo lo que sea bueno.
No tiene ni brazos ni manos, porque su fuerza y sus obras no dan vida, sino muerte. Sobre cada uno de sus hombros hay como un ala de murciélago, porque se prepara falsamente tanto en las cosas divinas como en las terrenales, como para defender un imperio, ya que ella no tiene ninguna justicia honrada, sino solo confianza engañosa y oscurecida. El ala derecha está extendida hacia Oriente, y la izquierda a Occidente, ya que en las cosas del cielo se opone a Dios, pero en las de la tierra corre hacia el diablo.
Tiene pecho de hombre, porque su corazón siempre está hinchado de la vana grandeza. Sus piernas y pies son como de langosta, porque demuestra y sustenta tercamente su modo de actuar con hinchada exaltación, exhibiendo con vanagloria su comportamiento, en realidad vacío e inestable. Carece de vientre y de espalda, ya que no ofrece ninguna tierra de labor que pueda ser usada, ni tampoco da a nadie ningún apoyo fuerte con el que esa persona podría perseverar en el bien. En cambio, ves que su cabeza no tiene pelos y el resto de su cuerpo no está revestido por ninguna prenda, significa que la soberbia en su mente y en sus obras avanza, como estás viendo, necia y desnuda, sin el pelo de la prudencia y sin la ropa de salvación. Está totalmente rodeada sólo de tinieblas, significa que yace en todas las maneras posibles de la perversión de la incredulidad, a excepción de un hilo muy delgado, que como un círculo de oro, pasa sobre las mejillas y va de la coronilla de la cabeza hasta la barbilla. En efecto, no demuestra honor ni amor sino desprecio a quien conoce a Dios, que sabe todas las cosas. Y del principio de su arrogancia hasta la necedad que también se revela en su actitud exterior, muestra el modo de pensar que tuvo cuando rechinando los dientes y mordiéndose se opuso a Dios, sobre el que no pudo prevalecer en ningún caso. Pero igual que entonces cayó vergonzosamente derrotada, así también ahora, cuánto más arriba se eleve en las mentes y en las acciones de los hombres necios, tanto más abajo los arrastrará consigo al fondo. Y sin embargo no admite que nadie se le parezca, como claramente afirma más arriba. A ella se opone la Humildad, que exhorta a los hombres a aborrecer la soberbia.
XXXV. LA ENVIDIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
En cambio la segunda imagen representa la Envidia. Acompaña a la Soberbia, ya que la envidia es efecto del orgullo e incendio de todos los males. En efecto, cuando los hombres son soberbios, envidian los logros de los demás y con esta actitud remueven todo mal.
Ves una imagen de aspecto monstruoso, porque por envidia, el diablo lleva a cabo todas las obras que emprende, y sustrae al hombre, como ya se dicho claramente, la posibilidad de alcanzar la santidad del cielo.
Su cabeza, hombros y brazos son bastante parecidos a los de un hombre, a excepción de las manos que son como las de un oso. Esto significa que aunque el hombre en su mente, es decir en su cabeza, conozca a Dios, sin embargo a menudo juzga al otro, no según los preceptos de Dios, sino según lo que la envidia le sugiere, cuando, sobre los hombros de la confianza en sus posibilidades, pone conscientemente la injusticia en el sitio de la justicia y se muestra duro con los brazos de su fuerza. Sin embargo esta imagen, parece un hombre, ya que lleva el mal a los hombres por medio de la ciencia humana que tiene, silenciosamente. Pero los hombres entonces van más allá porque sus crueles acciones conducen al robo e imitan a la rapiña propia de las bestias, cuando destrozan, oprimen y destruyen todo lo que pueden con gran fuerza y agresividad.
Pecho, vientre y espalda son tan gruesos en tamaño, que superan la media humana, porque lo que el envidioso sabe y cree y en lo que se apoya al actuar respecto a los demás hombres, denota una maldad muy grande y perversa. Porque quien envidia no tiene ni una recta doctrina, ni una disposición bien ordenada, ni un método apropiado, sino solo el rechinar de dientes y aquel soberbio y violento hinchazón del exceso, fuera de lugar y falto de medida.
De los lomos hacia abajo otra vez se parece a un hombre, salvo que sus pies son de madera. Esto significa que el hombre envidioso, desviado por los deseos de la carne, provoca muchos daños a los otros, aunque tenga ciencia mayor y más profunda que otras criaturas. Sin embargo en sus obras deja huellas de aridez y muerte que no sirven para alcanzar la fecundidad, es decir la vida, puesto que no avanza derecho, ni sobre el propio camino, ni siguiendo el camino de los demás.
Su cabeza es de fuego y emite llamas por la boca, ya que la mirada de la envidia quema como acostumbran las víboras y en sus palabras, pronuncia todo tipo de maldades que incendian a los hombres y los seca.
No tiene ropa, pues al carecer de la protección de todo bien, y al rechazar la justicia y la ley establecida, vive sin orden y no investiga nada honorable y de provecho ni en las cosas grandes ni en las pequeñas. Está completamente hundida en las tinieblas, pues basa todas sus fuerzas en la amargura de la incredulidad y busca dificultar el éxito ajeno, sin perseguir la justicia ni tenerla en cuenta, sino incluso deseando los males con que el diablo somete al mundo, tal como está escrito:
XXXVI. EL LIBRO DE LA SABIDURÍA SOBRE ESTE TEMA.
“Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”. (Sabiduría 2,24). Tiene el sentido siguiente:
El diablo se opuso a Dios y quiso compartir el honor de Dios, al punto de pretender para sí una parte igual de aquel honor, por lo que Dios lo echó en la Gehenna y no le permitió realizar lo que quiso. Cuando el diablo vio que el hombre había sido creado, conoció el poder de Dios, y pronto aumentó su envidia cuando preguntó al hombre por qué Dios le había impartido la orden que el hombre recibió. Y así a través del mal de la envidia logró separar a Dios de su obra, que era el hombre, y lo atrajo a sí, puesto que el hombre abandonó a su Dios y se unió al diablo. De este modo, la muerte que todo destruye vino abiertamente al mundo en el soplo envidioso de la sugerencia del diablo, lo subyugó y en él mostró su poder, en el momento en que obligó al hombre, que habría debido ser el señor del mundo, a estarle sujeto, exactamente como uno entra a vivir en un templo donde el dueño ejerce su propio poder. Y por las huellas de este antiguo seductor van todos los que toman su ejemplo de iniquidad y arrollan a los otros por envidia. Así están en el lado del diablo, puesto que rechazan lo que saben que es bueno y justo, y ferozmente corroen los dones que Dios ha concedido y establecido, por lo cual se unirán al diablo en la Gehenna. Pero los fieles que rehuyen este pecado y abrazan a Dios en la fe, son hijos y herederos de la recompensa de los cielos, ya que recibirán de Dios la ambicionada recompensa, por haberle tributado honor por sus maravillas. Por este motivo se les llamará “un cielo con todos sus adornos”.
En cambio, el hecho de que la envidia se incline a las tinieblas con el hombro derecho, significa que el hombre, cuando niega al éxito ajeno la recta confianza y el recto poder que debería tener en las buenas y santas obras, supera la maldad hasta del diablo, ya que quiere privar al hombre de lo que recibe de Dios. En efecto, la envidia es un predador, es parecida al bandolero que se hace su madriguera en el camino, atraca por envidia a cualquiera que pase por allí y le sustrae el dinero que lleva consigo. Incluso se parece a la víbora, que cuando nace o cuando concibe mata a quien le da la vida. La envidia cava fosos con su comportamiento, cuando le sustrae al hombre sus bienes, y también ataca a los que les han prodigado sus bienes, cuando pone trampas de todas las formas posibles, exactamente como demuestra en las palabras que habló antes. Pero la Caridad la refuta, y advierte a los hombres que no sean envidiosos.
XXXVII. LA VANAGLORIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La tercera imagen representa la Vanagloria, que sigue aquí a la Envidia ya que la acompaña a causa de su incesante e inquieto deseo por lo que es de otros, ya que los hombres cuando envidian el éxito de los otros, desean gloria para sí.
Tiene aspecto de hombre, puesto que vive en los deseos y en las concupiscencias de la carne. Sus manos están cubiertas de pelos, que significa que dirige a actos bestiales las obras que por su naturaleza racional deberían orientarse al intelecto del hombre. Sus piernas y sus pies son como patas de grulla, porque se mueve hacia opciones equivocadas, como si las propuestas del diablo fueran sus piernas. Apoya los pies sobre la inconstancia, y crea en los hombres que la imitan la ilusión de una altura vacía, sin fuerza para recorrer los caminos correctos, una altura que más se parece a una necia irracionalidad que a una línea recta y a la verdadera sabiduría.
En su cabeza, lleva puesto un gorro trenzado de briznas de hierba, porque los hombres que pecan de vanagloria aprecian sus bienes terrenales y caducos, que en un momento reverdecen y luego se secan con extrema rapidez, igual que la hierba.
Viste un vestido negro, porque este vicio no vive la verdadera vida, porque está rodeado por las tinieblas de la incredulidad en el exterminio de la muerte.
El hecho que tenga una ramita verde en la mano derecha, y en la izquierda tenga algunas flores que mira con mucha atención, significa que los hombres que se entregan a la vanagloria muestran las obras del espíritu con presunción vana, como si tuvieran el vigor de las cosas del cielo. A veces, para ganar el favor del mundo, enseñan sus hechos terrenales como si las cosas terrenales florecieran por su propia honradez, y sobre ellas vuelve todas sus miradas y sus esfuerzos, porque quieren que todas sus acciones sean glorificadas con la vanidad de la jactancia, tal como declara este mismo vicio en otro lugar con las palabras anteriormente referidas. Pero el Temor de Dios le responde, y muestra lo abominable que es.
XXXVIII. LA DESOBEDIENCIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La cuarta imagen representa la Desobediencia, que viene aquí después de la Vanagloria ya que es como un vehículo de esta última y de los demás vicios. Predispone y ejecuta todas sus tareas según la voluntad de la vanagloria y de los demás pecados y se abre paso con su fuego.
Y ves que tiene la cabeza como una serpiente, porque su intención coincide con la que tuvo al principio la antigua serpiente, y así ella ahora persuade al hombre a no obedecer a Dios. Tiene el pecho lleno de plumas como el de una gaviota, porque ayuda a los hombres a subir a la altura donde puedan obstinarse con su ciencia, y esta altura les hace perseguir, no la sabiduría, sino la necedad, puesto que no reconocen a Dios y solo realizan plenamente lo que les parece.
Tiene piernas y pies como una víbora, ya que dirige los pasos de los hombres según el albedrío de sus deseos, apartándolos de la justa sumisión que lleva a la santidad, anclando en la arrogancia y en la temeridad de la maldad a los hombres que se oponen a Dios.
En cambio su espalda, cola y el resto del cuerpo son parecidos a los de un cangrejo, ya que la confianza en sí mismo que la desobediencia nutre en la fuerza de su rebelión, la hace ir hasta el final de su obra, puesto que persevera en el mal, por lo cual incluso todo el aglomerado de sus mismas malvadas acciones, ora procede con arrogante osadía, ora retrocede con tramposa astucia, tanto que ni en aquella ni en ésta encuentra estabilidad. Rechaza con pésimos pretextos todo lo establecido en los mandamientos de Dios e impunemente intenta derribarlo con el amplio impacto de su escarnio.
Por este motivo se mueve aquí y allá con gran prisa, casi llevada por el viento, y mientras se mueve, agita todas las tinieblas. Los hombres que quieren la desobediencia no solo se limitan a un movimiento de rebelión, sino que con arrogancia de aquél pasan a este, y de este a otro. Incitada por las artes diabólicas, y con este aliento son estimuladas las perversidades de todos los vicios, puesto que los hombres se atraen todos los demás vicios con el mal de la desobediencia.
Se vuelve al Norte y vierte mucho fuego de la boca, porque en el Norte encuentra al que quiso oponerse a Dios con la temeridad de la desobediencia. Éste primero produjo la desobediencia, y después ella con sus palabras provoca los muchos incendios de los muchos vicios diferentes, puesto que no muestra ninguna obediencia a los que debe reverencia. Quema con sus palabras todo lo que puede, como en otra parte admite ella misma, según como ha dicho antes. Le contesta la Obediencia, que persuade en la fe a los hombres a no imitarla.
XXXIX. LA INCREDULIDAD, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La quinta imagen representa la Incredulidad, que viene aquí detrás de la Desobediencia. Porque cuando los hombres han elegido la desobediencia, llegan a la incredulidad y a negar a Dios.
Tiene aspecto de hombre, salvo su cabeza, ya que sabe bien que Dios existe y sin embargo rechaza venerarlo dignamente, porque como vuelve su mente a la incredulidad, está privada de aquella recta iniciativa que le permite conocer a Dios a través de la fe.
De las rodillas hasta a las plantas de los pies está sumergida en las tinieblas antes referidas, porque no se muestra dúctil a la verdadera fe, ni se mueve hacia la fe verdadera, sino muestra claramente querer estar inmóvil en las tinieblas del rechazo, puesto que la palabra y en obras ignora completamente a Dios.
Sobre su cabeza no se puede localizar ningún rasgo, salvo que está completamente llena de ojos de color negro, entre los cuales casi en su frente hay un ojo que a veces manda resplandores como fuego ardiente. En su mente no existe prudencia sino solo necedad de la ciencia humana. Con sus intenciones íntimas de crecer en lo oscuro de la incredulidad, llega a la plenitud de su incredulidad cuando, mira a su alrededor por todas partes, realiza todas las obras de la incredulidad y con descuido rechaza la luz de la Verdad que realmente ve. En efecto, muchas veces los hombres que rechazan la fe afirman poseer una recta fe, mientras que sus actos abundan en toda mezquindad tramposa. Por tanto entre sus insensatas intenciones, que no logran mantener ocultas en el corazón, dejan a veces filtrar una mirada casi resplandeciente de fe, mientras confirman la propia incredulidad yendo a indagar en las fuerzas de la naturaleza y en la disposición de las estrellas. Y, cuando resultan engañados, de nuevo ponen en ellas su esperanza, pero allí no podrán hallar ninguna esperanza de llegar a la santidad y a la luz de la vida.
El hecho de llevar la mano derecha en el pecho, y que la izquierda, en cambio, sujete un bastón, significa que los hombres perversos que quieren la incredulidad, son, según los afanes de su corazón, perezosos para las buenas y santas obras, pero en las malas acciones ponen vana confianza. Por eso dividen a Dios en dos partes tratando de investigar a Dios en las características de los elementos de las criaturas superiores y en las inferiores, sin alcanzar la verdad de la vida.
Esta imagen se envuelve en una capa de color negro, porque se defiende con el engaño de las tinieblas de las artes diabólicas, más que para intentar conseguir la vida beata, tal como enseña exactamente con sus palabras en su discurso anterior. La refuta la Fe, que advierte a los hombres que deben evitar la Incredulidad para alcanzar a Dios en el espejo de la pureza. A ellos también les exhorta del mismo modo el Apóstol Pablo, que ha escrito:
XL. PALABRAS DE PABLO SOBRE ESTE TEMA
“Acerquémonos con corazón sincero, en plenitud de la fe, purificado el corazón de la mala conciencia, y lavado el cuerpo con agua pura. Mantengamos firme la confesión de nuestra esperanza pues fiel es el autor de la Promesa” (Hebreos 10,22-23). El sentido de estas palabras es el siguiente.
Por la admonición del Espíritu Santo nos acercamos a la suprema santidad con corazón sincero, empezamos las buenas acciones con paz y las acabamos con piedad, puesto que la caridad fraterna y la piedad arden en la paz, imitando a Dios en todo lo que es necesario para el hombre. Y así, en la pura y simple perfección de la verdadera fe de nuestro corazón, y no en la malvada doblez con el que el hombre elige una cosa y rechaza otra a su capricho, y purificado el corazón rociado con las Escrituras, rechazamos en nosotros la conciencia que siempre nos induce al mal e investigamos en las palabras únicas de las Escrituras, quién es Dios y cuáles son sus obras. Purifiquemos de este modo en nosotros la conciencia, oscurecida con escamas de muerte por la caída de Adán, que muchas veces rechaza la verdadera fe y sus obras. Pero estos sentimientos no son puros en nosotros a menos que nuestros pecados hayan sido lavados de modo que nuestros cuerpos sean visiblemente cubiertos con el agua de bautismo, que el Espíritu Santo vivífica y purifica invisiblemente, para lavar con ella la suciedad de los pecados del alma, y que la miserable naturaleza de la carne encuentre alivio de su inmunda suciedad. Cuando esto haya sucedido, debemos también mantener la fe firme y confesar sinceramente la esperanza que abiertamente hemos profesado en el bautismo, proclamando nuestra fe en Dios y renegando del diablo. Hagamos estas cosas de modo que la fe no se aparte de nosotros por ninguna seducción de las artes diabólicas, sino que se mantenga inviolada, bien arraigada y bien reforzada, porque en el baño de regeneración hemos sido señalados de este modo, ya que la verdadera justicia nos llama hijos de Dios. En efecto, Dios es fiel en cada don y en cada obra dará a sus fieles y a los que creen en Él la recompensa prometida de la herencia bendita. Con esta plenitud de la fe, recibirán el premio seguro y eterno del mismo Hijo verdadero de Dios, realmente encarnado en la plenitud de los tiempos.