LXXVI. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE PECARON DE AMOR MUNDANO, RAZÓN DEL CASTIGO.

Entonces vi una muchedumbre de espíritus malvados, a quienes el celo del Señor con justo juicio había echado del cielo y a quienes Lucifer llevó consigo a su lugar de castigo. Esta muchedumbre se extendió entre los hombres de la tierra, y aumentó la iniquidad entre los hombres.
La muchedumbre de estos espíritus era y es tan grande que no puede ser contada y nadie lo conoce, excepto Dios. Estos espíritus esparcen múltiples adversidades entre los hombres, de modo que cada uno de ellos, pone asechanzas y emboscadas en función de sus características para atrapar a los hombres. Algunos de ellos proclamaron a grandes voces que Lucifer no debería estar sujeto a nadie como Señor. Muestran al hombre cómo amar los placeres mundanos y los persuaden a anhelarlos y amarlos.
Y aquí vi dos fuegos, uno con una llama pálida y otro con llama roja. El que tenia la llama pálida no tenía ningún gusano, pero el que tenia la llama roja estaba lleno de gusanos, algunos parecían pequeñas serpientes mientras otros tenían morros puntiagudos y colas afiladas, pero todos carecían de patas. Las almas de aquellos que habían pecado con el amor al mundo mientras habían estado en sus cuerpos, estaban siendo castigadas por estos dos fuegos, afligidos tanto por uno como por otro, pero los trituraban sobre todo el ardor del fuego rojo y los mordiscos de los gusanos. Las almas de los que habían sido incesantes en su amor del mundo estaban afligidas sobre todo por el fuego pálido, y las almas de los que se habían entregado completamente a su amor del mundo estaban castigadas por el fuego rojo.
Y las almas de aquellos que en el deseo por las cosas del mundo asumieron, en su pérfido modo de hacer, dos actitudes hipócritas, de modo que habían elogiado lo que los disgustaba y reprobado lo que les complacía, como si tuvieran que soportar lo que, por otra parte, hacían libremente, estaban atormentados por los gusanos que tenían la forma de serpientes. Las almas de aquellos que habían deleitado con el amor mundano estaban atormentadas por los gusanos que tenían el morro puntiagudo mientras las almas de los que habían pecaron con menor gravedad en su amor al mundo sufrían en el fuego pálido: Aquellos que había pecado más gravemente soportaban el fuego rojo con sus gusanos. Vi y entendí estas cosas por el Espíritu viviente.


LXXVII. ESTAS PENAS PRODUCEN LA PURIFICACIÓN EN LAS ALMAS QUE LOS QUE LO MERECIERON EN VIDA GRACIAS A LA PENITENCIA.

Y oí una voz de la luz viva que me dijo: “Estas cosas que ves son verdaderas, y son tal como las ves y aún hay más. Porque los tormentos de estos castigos purifican las almas de quienes, viviendo en el mundo transitorio, merecieron la limpieza de sus pecados en el mundo no transitorio gracias a la penitencia, pecados de los que no pudieron purificarse plenamente en vida, a causa de una muerte prematura, y por los que no fueron pasados por el tamiz de los divinos flagelos de Dios misericordioso. Por lo cual estos tormentos los limpiarán, a menos que sean arrebatados de estos castigos por las buenas obras de hombres vivos o por las virtudes de los santos, porque Dios está en sus obras cuando invocan con piedad a la gracia divina”.


LXXVIII. LAS ALMAS QUE ESTÁN EN EL RECUERDO DE LA SANTA ETERNIDAD, SE PURIFICAN, MIENTRAS LAS QUE ESTÁN EN EL OLVIDO QUEDARÁN EN EL OLVIDO.

Las almas de quienes están en el número y el recuerdo de la santa eternidad, por estas purificaciones limpian las manchas de sus pecados y pasan al alivio, mientras que las que están en el olvido permanecerán en el olvido sometidas a otros castigos.


LXXIX. DE QUÉ MANERA LOS HOMBRES HACIENDO PENITENCIA PUEDEN CASTIGAR EN ELLOS MISMOS EL PECADO DE AMOR MUNDANO, SEGÚN LA SENTENCIA DE LOS JUECES Y SEGÚN LA ENTIDAD DEL PECADO.

No obstante, si los hombres que se afanan en el amor mundano, quieren vencer a los malvados espíritus que se lo proponen, y si están impacientes por evitar los castigos que ves, que se castiguen ellos mismos con cilicios y látigos, que se mortifiquen comiendo solo pan y agua según el grado en que hayan pecado, por la voluntad que pusieron, y por el tiempo y por las conversaciones pecaminosas. Y como el verdadero Maestro, hecho hombre, prescribía a los que querían arrepentirse que se presentasen a los sacerdotes, quien quiera verdaderamente arrepentirse, tiene que presentarse al juez, para que pueda imponerle una penitencia según la entidad de su pecado.
El juez, sin embargo, es el sacerdote que desempeña este oficio en lugar de mi Hijo. En efecto, cuando la conciencia del hombre se siente culpable, debe decir sus pecados al sacerdote, como se mostró en la ley cuando los leprosos se mostraron a mi siervo Moisés. Por esta razón, los pecados deben manifestarse al sacerdote ya que el temor vergonzoso de la confesión participa del sudor de mi Hijo, y la penitencia, en las gotas de su sangre.


LXXX. SE APRUEBA LA PENITENCIA INDICADA POR EL SACERDOTE

Conviene la penitencia aprobada por el sacerdote, porque la expiación no puede ser producida en las almas por tormentos más allá de la medida indicada por el juez.


LXXXI. EL AMOR MUNDANO NI TEME A DIOS NI LE QUIERE.

El amor mundano, sin embargo, no teme a Dios ni lo aprecia, sino que atrae todas las cosas que le complacen. Y se justifica ante Dios por todas las cosas que busca en las criaturas, diciendo que han sido creadas para su uso. Además, no teme a Dios, al que debería temer, sino que sigue su propia voluntad más que la de Dios. No aprecia a Dios porque no quiere dejar sus deseos carnales. Tampoco retiene del amor de Dios, por eso abraza al mundo completamente. Salomón, imbuido de espíritu de sabiduría, habló contra este amor, diciendo:


LXXXII. PALABRAS DE SALOMON

“Principio de la sabiduría es temer al Señor, fue creada en el seno materno juntamente con los fieles. Acompaña a las mujeres elegidas y se reconoce en los justos y en los fieles”. (Eclesiástico 1, 14-15) Tienen que entenderse así:
El primer aspecto de la sabiduría es el temor del Señor, del mismo modo que la aurora precede al sol. Ya que cuando el hombre comprende que ha sido creado por Dios, comienza a temer a Dios. Lo que se teme se honra, lo que se honra se ama, y si se ama justamente, también es honrado justamente.
Por lo tanto, quien sabe que procede de Dios, que sea fiel en sus obras y tenga fe en Dios para que Él lo salve pues la fe es la protección para el santo. Afánese en merecer ser salvado. Y haga esto en la fe, donde la sabiduría encuentra cumplimiento. Ya que el hombre está envuelto en sus pecados, trate con sabiduría cómo alejarse de ellos y arrancar de sí aquel enredo de vicios que tiene en la vista, en el oído, en el gusto, en el olfato y en el tacto, igual que un artesano lima sus moldes hasta el tamaño correcto. ¡Oh, qué grande es la sabiduría! ¡Por eso el hombre empieza a actuar contra los derechos de la carne con el temor que nace de la sabiduría, para hacer lo que sea necesario para renunciar a aquéllos pecados que podría cometer! Y así en el santo se forma la fe con estas obras, con la sabiduría del temor de Dios y con ella las realiza todas. Del mismo modo, la sabiduría hizo bien todos sus trabajos al principio de la creación.
Pero el temor del Señor también habita en las mujeres santas elegidas, ya que Dios creó a las mujeres de modo que le teman a Él, y respeten también a su marido. Por eso la mujer siempre debería ser tímida. Ella es casi como la morada de la sabiduría, ya que en ella se cumplen acontecimientos de la tierra y el cielo. En efecto, por una parte el hombre procede de ella, por otra parte, se manifiestan en ella las buenas obras con el pudor de la castidad. Si ella no tuviera temor, no sería capaz de cultivar el pudor de la castidad, porque sin temor, la serpiente muerde todo lo que puede. En cambio una mujer recta recoge en su seno todas las riquezas de las buenas obras y las santas virtudes, y no pone nunca límite a su buen hacer, hasta que no lo cumple completamente.
Así que, el temor del Señor acompaña a las mujeres electas que fueron elegidas por santidad y justicia, ya que las virtudes actúan en ellas. Con justicia, el temor del Señor está también con quiénes en todas las ocasiones cumplen la ley y los mandamientos de Dios, y en los fieles que abandonan su cuerpo y el mundo por causa de Dios. Y se encuentra en los grandes milagros de los fieles, que con obras buenas y santas resplandecen en todo el mundo como el sol. Sin embargo, no pueden hacer estas buenas obras sin temor del Señor, pero gracias a él las realizan en la fe. En cambio el amor mundano no tiene ningún temor del Señor. Estas cosas se han dicho a propósito de la purificación y la salvación de las almas de los penitentes y son dignas de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente y lo recuerda para hacer el bien.
Entonces vi otros espíritus en la muchedumbre que mencioné antes que afirmaron a grandes voces con gran clamor y regocijo que Lucifer era digno del honor que se arrogó. Estos espíritus llevan la mente de los hombres especialmente hacia la petulancia y los animan a permanecer en ella.

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