Queja del Hijo al Padre por las tribulaciones que sufre en su cuerpo por culpa de los que se le oponen por maldad, y por aquellos mezquinos que dándose a la vanidad se alejan del bien. Los ángeles, aunque brillen con inmenso resplandor, sin embargo ven las obras de los hombres santos y las aprueban, reflejando así su mérito.
XIV. “Padre, espejo, claridad de la divinidad, en ti resplandece el ejército de los ángeles como las imágenes corpóreas que se ven en el espejo, porque en aquel espejo tuyo los mismos ángeles siempre resplandecen. Mira, y enseña cuantas injurias sufro por los que me desprecian. En mi cuerpo, es decir en mis miembros, soporto las fatigas de la perversidad, por los que se levantan contra Mí por mezquindad, cuando deberían ser compañeros en la rectitud, por lo que ya no encuentro donde poder descansar sino en la fuerza vital de las buenas obras.
Mis hijos, que deberían caminar en la humildad y rechazar el lujo del mundo, ceden a la nada cuando se ponen vanidosos y soberbios y, creyendo de ser santos, exhiben sus obras para que sean alabadas y aclamadas. Y como para conseguir estas alabanzas transitorias se olvidan de las alabanzas celestes, no se dan cuenta que los ángeles ensalzan continuamente a la santa divinidad, siempre inventando nuevas alabanzas para celebrar a Dios, sin nunca llegar al final de su canto."
Dios es luz clara que de ningún modo puede apagarse, y la multitud de los ángeles recibe de él su claridad. El ángel lo celebra sin las obras del cuerpo, mientras el hombre también puede celebrarlo con las obras del cuerpo de las que los ángeles cantan las alabanzas. En efecto, en las alabanzas con que ensalzan a Dios alaban las obras santas de los hombres y las contemplan como reflejándolas en el canto, porque Dios hizo al hombre un compuesto admirable de alma y cuerpo. Así a los hombres no les faltará la luz de los ángeles, hasta que estén juntos, ya que Dios ordenó que la divinidad y la humanidad fueran alabadas y glorificadas en el único Dios.
He aquí la ilusión del diablo, que fue un ángel y quiso ser Dios. Dios en cierto modo le burló cuando creó del barro de la tierra al hombre, que es alma y cuerpo en un ser único. Ni el alma sin el cuerpo ni el cuerpo sin el alma es un hombre; el alma actúa con el cuerpo, y el cuerpo con el alma. El cuerpo es la envoltura en la que el alma está encerrada, y a menudo obliga al alma a ceder a sus deseos y no la permite que lo obligue a hacer lo que ella quiere, ni que ella haga sus obras, mientras ella se preocupa por él y se aflige por el gusto de la carne, que sin embargo prevalece a menudo contra su voluntad sobre las venas en que actúa. Pero cuando el hombre se propone vivir una vida contraria a la concupiscencia carnal, el alma se apresura a emprenderla y la lleva a término, porque es este el principal deseo, en el que ella está a gusto.
La justicia y la honestidad de las costumbres y la dignidad de las virtudes, que desde los días del diluvio hasta la llegada del Señor fueron corroboradas por los profetas y mas tarde resplandecieron en la Iglesia gracias a los apóstoles y a los doctores, ahora se han corrompido, después de estos días de entumecimiento debidos a la injusticia. Se renovarán antes del fin después de muchas tribulaciones de los hombres.
XV. El libro Scivias simboliza estos días entumecidos en la injusticia en el perro de fuego (*) que no arde, van seguidos por otros días más fuertes, en los cuales algunos hombres observantes de la rectitud logran abandonar aquella desconsideración y se convierten a la justicia. Desde la Encarnación del Hijo de Dios la justicia subió largo tiempo a las cumbres de la santidad en la fe como subiendo una escalera, y la fe se irradió como invadida por el oro fino de las buenas obras; sin mancharse con la indignidad de las obras malvadas, persistió firme e invencible.
Pero hubo un tiempo, como dije, incluso muy lejos de la ligereza de este tiempo femenino y ya pasado, en el cual empezó a declinar la fe, descendiendo indecorosamente por aquellos peldaños, y llegó a estar ofuscada por las tinieblas de la injusticia. La justicia y las buenas costumbres y toda la dignidad de las virtudes fueron creciendo poco a poco en los hombres desde el día del diluvio y paulatinamente llegaron al límite hasta el tiempo de los profetas, que las reforzaron para darlas el máximo resplandor hasta la llegada del Hijo de Dios. Con los apóstoles y con los otros doctores de la iglesia quedaron firmes en la dignidad y resplandecientes por muchísimo tiempo, casi hasta el nacimiento de aquel señor laico que practicó el adulterio en lugar del temor de Dios (**). Poco antes de su llegada la justicia y las buenas costumbres empezaron poco a poco a menguar y a deteriorarse, lo mismo que poco a poco se habían remontado desde diluvio hasta los profetas.
En la época de este señor han arraigado la iniquidad y el olvido de la justicia y la honestidad, que al extenderse y propagarse han avanzado hasta producir una debilidad casi femenina, hasta que ha venido otro rector espiritual, dotado de la prudencia y de la malicia de una serpiente, que ha matado el juicio de Dios (***). En su tiempo, la iniquidad y la ligereza que se apoderaron de las costumbres de los hombres, fueron sometidas a la criba del juicio de Dios, empezaron a calentarse y a hervir y a emitir espuma. Por eso ahora, para purgarse de aquella suciedad, tienen que ser tamizadas de manera tan áspera y dura, que cuantos estén en peligro por su causa serán sacudidos por gran aflicción y tristeza. Sin embargo el tiempo de la amargura y la tristeza no ha llegado todavía.
(*) Nota: Nota: En la Undécima visión del Scivias, “Venida del impío y plenitud de los tiempos” se describen las cinco cruentas edades de los reinos de este mundo que precederán a la llegada del Anticristo, y a las que alude en este y sucesivos epígrafes de esta visión. Estos son las épocas de: el perro de fuego, que representa a la justicia que olvida la justicia del Señor; el león cobrizo, el tiempo de los hombres beligerantes; el pálido caballo, el tiempo de los lujuriosos; el cerdo negro, tiempo en que los príncipes del mundo arrinconarán la Ley divina; el lobo gris, la última, será el tiempo de rapiña, entonces llegará el tiempo de la tribulación.
(**) Nota: El anteriormente citado Enrique IV.
(***) Nota: Según algunos editores de Sta Hildegarda se refiere a otro personaje religioso de la época, quizás el Arzobispo de Colonia, Rainaldo de Dassel (1115-1167). Excomulgado por Alejandro III en 1163. A la muerte del Papa, Victor IV, por su propia voluntad eligió en Lucca un nuevo antipapa, Pascual III. Murió de peste.