Palabras de Cristo en el Evangelio, dónde habla del poder que el Padre le ha dado. Como tienen que ser entendidas.
XV. “Todo me ha sido dado por mi Padre” (Mt 11,  27). Estas palabras  hay que interpretarlas así: Yo, que soy el Verbo y el Hijo de Dios, he salido  de mi Padre, que me ha confiado todas las cosas que ha predestinado para que  vinieran a la existencia, como las palabras expresan los pensamientos que están  escondidos en el corazón. Ahora vuelvo a él, porque se ha cumplido el tiempo de  mi Encarnación, la obra que me confió desde la eternidad, en la que desde  siempre, desde antes de todos los tiempos, permanecí inseparablemente unido al que me ha enviado, cerca de los que destinó a  completar el número. Y como en lo alto de los cielos recibí de él la potestad  de crear, así en la parte inferior del mundo creado que cayó en ruina recibí de  él la potestad de arreglarlo. Ciertamente,  en la verdadera presciencia de Dios se escondió eternamente todo lo que  constituía el futuro, la creación del mundo por la vía de la Palabra de Dios y la  creación de su Hijo. Lo creó todo y dio al Hijo la potestad de regirlo y liberarlo. 
  Así, todas las cosas le han sido confiadas al  Hijo, que fue coeterno antes de todos los tiempos y consubstancial con el Padre  en la naturaleza divina.
Las palabras de los profetas antes de la Encarnación de Dios fueron oscuras e incomprensibles, pero Cristo las hizo inteligibles al vivir en el mundo como ellas anunciaron y al llevarlas a cabo. Por medio del agua del bautismo, el pecado original y los pecados actuales son borrados por la fe en la Trinidad.
XVI. El Hijo de  Dios caminó sobre las alas del viento, porque los profetas fueron alas de las  palabras del Espíritu Santo. Al hablar profetizaron lo que el Espíritu Santo  les inspiró. Estos profetas le dieron al mismo Hijo de Dios el modelo a seguir,  y así cuando vino al mundo actuó según lo que ellos predijeron de él. De tal  modo, como se ha dicho, recondujo sobre sus hombros a los hombres al cielo y a  los lugares paradisíacos.
  Dios edificó la  morada celeste y el paraíso del mismo modo que un hombre construye las casas  para sus servidores. Y el Hijo de Dios lleva consigo a estos lugares a las  almas de los fieles que arrancó del infierno en obediencia al deseo del Padre. En  esto hace como el hombre que en un primer momento llena su ciudad con pocos  hombres y luego la llena con una gran multitud. Dios omnipotente prefiguró todas  estas cosas antes de la   Encarnación del Hijo y le concedió al hombre todas las  criaturas para que ejecutara sus obras. Sólo el hombre está erguido y con su  cara mira para arriba, hacia el cielo, mientras todos los demás animales miran  hacia la tierra y están sometidos al hombre, y así en el hombre, el espíritu  racional es inmortal, mientras que la carne va a la putrefacción con los  gusanos.
  La profecía se asemejaba a las palabras de los niños, que no se comprenden,  pero que luego, cuando han crecido, se entienden sus palabras. Así, antes de la Encarnación del Hijo  de Dios la profecía fue ignorada e incomprendida, pero en Cristo se abrió  porque él fue la raíz de todas las ramas buenas. De la raíz brota el fruto y de  él la planta. De la planta las ramas, de las ramas las flores, de las flores  los frutos. Imagen de la raíz fue Adán, del fruto los patriarcas, de la planta  los profetas, de las ramas los sabios, de las flores las reglas de la ley, y el  fruto fue el Hijo de Dios encarnado, que con el agua redujo los pecados de los  fieles que creyeron en él. Con el agua limpió las consecuencias del pecado que  se manifestaron en Adán, y así como el agua apaga el fuego, así también el pecado  original y todos los demás pecados se lavan en el baño del bautismo. Y ya que cambiar  orden en el agua viene el Espíritu Santo, con esta circuncisión de los pecados  purificó a los hombres. Y santificó sus almas, envenenadas por el engaño de la  antigua serpiente, para que en la comunión de la verdadera fe fueran en  adelante su tabernáculo. Por tanto, aludiendo al que no se lava en el bautismo  con la remisión de los pecados, David dice inspirado por Mí:
Palabras de David del Salmo CIII. Aquellos que no reciben la remisión de los pecados con el bautismo, porque no tienen fe, y sobre los que con él, en la fe, son purificados.
XVII. “Extiendes  las tinieblas y la noche viene, en ella vagan todas las fieras de la selva” (Sal 104, 20). Para comprender estas palabras  hay que interpretarla así: Oh Dios y rector, que todo lo gobiernas con justicia,  tú con recto juicio has puesto las tinieblas como castigo de los malos. En  ellas tuvo origen la noche que es la perdición de los malvados, que vagan  incrédulos en las tinieblas de la infidelidad e incurren en la muerte. Y así  van a la perdición eterna y en la noche de la fe, que está privada de luz, vagan  todos los que son feroces en la tiranía y estériles en la falta de fe, ya que  si no renuncian a la incredulidad y no acuden a ti, Dios mío, con la gracia del  bautismo, se precipitarán en el olvido, como si no hubieran existido nunca.
  El fiel es el que pone  en fuga la noche de la condena eterna renunciando a las tinieblas de la  incredulidad, y cuando se pierde entre las costumbres bestiales y las acciones  estériles, también logra pasar más allá y convertirse a la vida que lleva el  que es vida, renunciando al diablo y purificándose en el baño del bautismo. El  Hijo de Dios anunció a sus discípulos que el hombre debe renacer en el agua, pues  de otro modo no puede ser llevado al cielo si primero no es purificado por el  agua y por el Espíritu Santo. Porque aunque lo ha engendrado la semilla de la  humanidad puesta por el padre en la madre, sólo en el bautismo recibe el soplo  del Espíritu Santo y se hace partícipe de la comunidad de los santos. Por el  contrario, el infiel no es acogido en la comunidad de los santos y es echado en  los lugares de castigo.
  Que los fieles  acojan estas palabras con corazón devoto, porque han sido dictadas por el bien  de los creyentes por el que es principio y fin.