Todo lo que realizó el Hijo de Dios mientras estaba vestido de carne estaba preanunciado con palabras misteriosas y simbolizado con hechos místicos, antes de la ley y bajo la ley. Después de su ascensión mandó al Espíritu para fortificar a los doce apóstoles, como son doce los vientos y doce los signos del cielo, y a través de su predicación iluminó el mundo y transformó todas las cosas llevándolas a un estado mejor.

XIV. El Hijo de Dios encarnado completó en sí mismo todos los milagros de los tiempos pasados, que fueron sus prefiguraciones, tal y como hemos dicho más arriba, desde el episodio de su infancia, cuando Herodes lo quiso matar y fue engañado por los Magos, en donde se puso de manifiesto la caída de la antigua serpiente que trataba de perturbar los asuntos celestiales.
En la niñez reveló el sentido del tiempo transcurrido entre Adán y Noé, ya que, al revés de la ignorancia de Adán, tenía en sí una sabiduría tan grande que nunca se manchó de pecado, y en su sabiduría enseñó que la convicción del diablo de que el hombre estaba completamente perdido era equivocada, porque el diablo no supo que Dios se había revestido de forma humana. En realidad todos los que lo vieron y lo escucharon se asombraban diciendo: “Nunca hemos visto y oído cosas como las que hace y dice este niño, porque en la sencillez y en la ignorancia de la niñez enseña una profunda sabiduría”. Quienes hablaron así, ignoraban sin embargo que aquel niño era la raíz de la ciencia de los ángeles y de los hombres, más aún, era el que había creado a los ángeles y a los hombres.
Con su humanidad, el Hijo de Dios recondujo a la luz a quienes por Adán habían caído. Reveló la plenitud de la justicia, porque atribuyó al Padre todas sus obras, y lo mismo que el árbol produce frutos gordos por el vigor de la raíz, así llevó a cabo todas las obras con su divinidad arraigada en la humanidad, porque vino de la divinidad y en ella permaneció sin estar nunca dividido. En su carne arregló y devolvió a un bien más grande las obras de los hombres ensuciadas por el pecado, y su doctrina sigue revistiéndolos de santidad a través de la inspiración del Espíritu Santo. De este modo ha vuelto a llamar a la vida de la justicia a cuantos fueron sumergidos por el diluvio y muertos por sus pecados, como fue prefigurado por Noé. Y cuando el Hijo de Dios tuvo el aspecto físico de un joven puso de manifiesto el significado del tiempo desde Noé hasta Abraham, a quien fue impuesta la circuncisión, ya que entrando en el agua y santificándola con su cuerpo, además de con la práctica de grandes virtudes, recordó que los hombres vivieron más santamente después del diluvio, renegando los actos impuros en que se habían deleitado antes del diluvio, cesó la injusticia que los hacia olvidarse de Dios, y se avergonzaron de su desnudez y de sus obras impuras. La castidad del Hijo de Dios derrotó a la lujuria y como maestro la sujetó con la cuerda de la enseñanza y la obligó a servirlo absteniéndose del pecado. Ya que el Hijo de Dios, que con su ejemplo mostró en sí mismo y enseño la justicia, la ejerció perfectamente eliminando todo pecado por su humanidad, de eso fue señal la circuncisión, que se hace en cierta parte del cuerpo para confundir a la serpiente.
Luego, tras haber cumplido todos los preceptos respecto a la carne que fueron dados por Moisés, soportó ser atado y escarnecido en muchos modos hasta hacerse sobre la cruz víctima sacrificial viviente, ofrecida por sus ovejas, y partió del mundo como el día se separa de la noche, porque después de haber enseñado muchas señales y de haber manifestado en sí mismo muchos milagros que hasta entonces estaban escondidos, se separó de la tierra. En su pasión y en su muerte manifestó la potencia de Babilonia, cuando los hijos de Israel fueron reducidos a la esclavitud, lo mismo que él fue entregado al pueblo para que lo crucificaran como castigo. Sus discípulos se entristecieron, igual que aquéllos prisioneros de Babilonia, que olvidaron toda alegría y cambiaron el sonido de los instrumentos musicales por voces de llanto.
Y cuando resucitó de la muerte y se apareció a los discípulos en varias ocasiones, desveló el sentido de la vuelta de aquellos prisioneros. Luego les ordenó a sus discípulos ir por todo el mundo para bautizar a los creyentes. Después de la ascensión los confortó con la infusión del Espíritu Santo para que no se dejaran arrollar por las persecuciones de sus muchos enemigos, más bien supieran vencerlos con milagros gloriosos. Enseñó que la ley vieja relativa a la carne estaba acabada y que se había convertido en vida espiritual. Y les enseñó todo lo que pudieron entender, porque todavía no eran capaces de verlo en su divinidad, como cuando una persona mira el aspecto exterior de otra, pero no logra ver su alma.
En realidad cuando el Padre le atrajo a sí de nuevo a su corazón, de donde había salido y donde nunca lo había abandonado, como el hombre lleva a sí la respiración, todo el ejército de los ángeles y todos los arcanos celestes lo vieron abiertamente como Dios y como hombre. Y él tocó a sus discípulos con aquel fuego con el que fue concebido en el vientre de su Madre e infundió en ellos, con las lenguas de fuego, una fuerza más fuerte de la del león, que no teme a las fieras sino que las captura, para que no tuvieran temor de los hombres, sino que antes bien los capturaran. El Espíritu Santo los transformó a una vida diferente que nunca antes habían conocido, y con su inspiración los levantó hasta el punto que ya no supieron más ser hombres. Los visitó con más frecuencia y fuerza de lo que nunca nadie los hubiera visitado, porque los profetas hablaron mucho de la obra del Espíritu Santo y después de los discípulos, muchos hicieron innumerables milagros, pero ninguno de ellos vió las lenguas de fuego. También por esto, porque vieron con los ojos exteriores las lenguas de fuego, se fortalecieron tanto interiormente, que de sus venas se alejó todo temor o emoción frente a los peligros, y ya no se asustaban ni se aterraban ante ninguna situación adversa. Esa firmeza se la dio la fuerza divina en las lenguas de fuego.
Por el honor del Padre omnipotente, esta docena de hombres, que fueron compañeros de su hijo, tuvo que ser preservada de los peligros, para que los discípulos enseñaran a los otros las cosas que oyeron de él. Y lo mismo que Dios creó el firmamento y le dio firmeza con el soplo de los doce vientos y con las doce signos de los meses que se suceden, y al igual que el firmamento cumple perfectamente todas sus funciones con el fuego, así todo eso fue confirmado en todos sus milagros con el fuego del Espíritu Santo, porque su doctrina se difundió por toda la tierra como el soplo de los vientos y resplandeció como el sol, y sus mártires ardieron como el viento del mediodía.
Los meses llevan a cabo su curso con todos los elementos que sustentan el firmamento y Dios con estos hombres verdaderos llevó a cabo todas las señales en la fe católica. El número diez, que es el hombre, significa la décima dracma hallada, que a la vez significa la moneda que encuentra quien busca la sabiduría. Con ella el hombre logra el reino del cielo por el Hijo de Dios. Así el Unigénito de Dios, Hijo de la Virgen la cual también recibe el nombre de Estrella del Mar, de la que salen y en la cual se derraman todos los ríos, como la salvación de todas las almas viene del unigénito Hijo de Dios y existen en Él, llevó a cabo en sí mismo todas las cosas que se han contado aquí, las que ocurrieron antes de él, bajo la ley y también antes de la ley. Transforma todas las cosas llevándolas a un estado mejor, y camina así sobre las alas del viento, porque en sus milagros supera las proezas de los patriarcas y las palabras de los profetas y los testimonios y los escritos de todos los doctores, y en su humanidad volando más para arriba que el hombre, encierra en si a todas las criaturas, a todas las consigue en herencia de su Padre. Y hablando a sus discípulos dijo:

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