Sobre la perfección del cielo y la tierra y de todo lo que contienen, y sobre el cumplimiento de las obras de Dios en el séptimo día, y sobre la santificación de tal día, y sobre el descanso de Dios. Como tienen que ser entendidos.

XLVII. “Y así se realizaron el cielo y la tierra y todas los ornamentos que contienen”. (Gén 2,1). Se tiene que interpretar así: Los elementos superiores e inferiores y todas sus virtudes fueron hechos con mucha plenitud y perfección, sin defectos, para alegrarse en la abundancia de todo lo que es útil. “En el séptimo día Dios dio por concluida la obra que había hecho, y en aquel día reposó de toda la labor que hiciera” (Gén 2,2). El cumplimiento de las obras hechas con orden en los seis días se denominó séptimo día, cuando Dios llevó a perfección todas las cosas que había previsto crear. Y así el séptimo día descansó, dejando su obra, ya que había llevado a la perfección todas sus obras en la forma debida.
Y bendijo el séptimo día y lo santificó, por que el día séptimo reposó de todo el trabajo que hizo al crear. Dios bendijo el séptimo día con la alabanza y lo santificó para que fuera reconocida su solemnidad, ya que cada criatura había llegado en él a la plenitud de la creación, como Dios había ordenado, y después cada una de ellas procede de las otras por generación. Por esto, toda la multitud de los ángeles y todos los secretos misterios de la divinidad daban gracias a Dios por la perfección de su obra y lo alababan, porque acabó su obra provista de los siete dones del Espíritu Santo. Según otra interpretación:

 

Cómo estas mismas cosas según la interpretación alegórica se cumplen en los hijos de la Iglesia formados en la fe cristiana, a través de la Encarnación del Hijo de Dios, por la predicación del Evangelio y por la obra del Espíritu Santo.

XLVIII. “Y así se realizaron el cielo y la tierra y todas los ornamentos que contienen”. (Gén 2,1). Hay que interpretarlo así: Fueron llevadas a perfección todas las obras celestes que tienden al cielo junto a las obras terrenales que son necesarias a los hijos de los hombres nacidos sobre la tierra. Y así todo el honor de las obras celestiales está representado en la tierra por la Iglesia.
“En el séptimo día Dios dio por concluida la obra que había hecho, y aquel día reposó de toda la labor que hiciera” (Gén 2,2). El orden de todas las cosas estuvo entonces completo. Esto significa que Yo definí todas mis obras en mi Hijo en el séptimo día, es decir en la plenitud de la totalidad del bien, para que todo el pueblo de la iglesia viendo, escuchando y examinando con la ayuda de la doctrina, aprenda bien qué tiene que hacer para obedecer mis reglas. El orden por Mí establecido fue tan gozoso que no habría sido posible enseñarlo si no hubiera mandado a mi Hijo. Él realizó todas mis disposiciones con su doctrina y por sus apóstoles, mientras antiguamente los profetas las vieron solo cómo en la sombra. Entonces brilló en la Iglesia el séptimo día, el día de mi descanso, así que desde entonces en adelante ya no obré abiertamente, ni con la predicación ni con los signos de los milagros ni con las visiones como las de los santos de los tiempos antiguos. Solamente ahora en el Hijo se manifiestan las obras de la vida y los misterios concernientes al futuro, pasado y presente, y a mis elegidos enseño a imitar la Encarnación de mi Hijo, flor de la primera floración.
“Y bendijo el séptimo día y lo santificó”, (Gén 2,3), porque en él reposó de todo el trabajo que Dios hizo creando. Bendije y santifiqué el séptimo día para la salvación de las almas, cuando mandé a mi Hijo encarnarse en el vientre de la Virgen. Y lo bendije y lo santifiqué porque me complazco en este día que me pertenece, en aquellos que, como flores de rosas y azucenas, liberados del yugo de la ley, eligen vincularse a Mí voluntariamente, por mi inspiración, enseñando que la Encarnación del Hijo, prometida en las antiguas profecías, no está en oposición a las reglas de la ley. Y de esta forma, mi obra tuvo término con la Iglesia, porque ya es perfecta y resplandece en la santidad de las obras y en la plenitud del orden establecido. Porque el Hijo, que es mi séptima obra, parido como hombre del vientre de la Virgen llevó a cabo junto a Mí en el Espíritu Santo todas las cosas, como dice en el Evangelio: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Se tiene que interpretar así: Dios Padre me ha dado a Mí, Hijo de la Virgen, todo poder por derecho hereditario, en el cielo para hacer, y sobre la tierra para juzgar todas las cosas que tienen que ser hechas y juzgadas, haciendo la voluntad de mi Padre en todas las cosas, porque Yo estoy en el Padre y él está en Mí. Y todavía hay otra interpretación:

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