Cómo el corazón vive con la aportación del hígado, del pulmón y de todos los órganos anexos, y como el tiempo del día y la noche y el aire tranquilo y borrascoso cambian según muchas circustancias, así la vida del hombre, en el curso de los combates entre el alma y el cuerpo, a veces es sacudida en el remolino de los vicios, mientras que otras veces se alegra en la pureza de las virtudes.

LXII El corazón, pues, representa el calor, el hígado la aridez, y el pulmón la humedad en el cuerpo del hombre, porque como el calor del corazón y la aridez del hígado y la humedad del pulmón hacen vivir al hombre, así también el calor, la aridez y la humedad del aire y los vientos confortan a las criaturas que están en el mundo.
Por la misma razón, como el corazón con todos los órganos vitales a él unidos transmiten al hombre calor y fuerza, el alma cumple las acciones del hombre, junto a las virtudes dadas por Dios, a las cuales atribuye el santo deseo que lo empuja a las obras buenas. Pero cuando se percata que el objeto del deseo es una acción malvada, no soporta lo que ha hecho, y empuja al hombre una vez más a las lágrimas a causa del arrepentimiento. Éste hombre entonces llora lágrimas de alegría, por la satisfacción de haber hecho buenas obras.
Además, el alma gobierna, según el deseo de la carne, todas las obras del hombre, tanto las buenas como las malas, cualquiera que sea la razón que las motive. Y como el aire anteriormente mencionado sopla sobre toda criatura qué ora brota y florece, ora se seca y muere, así el alma transforma las obras de la carne, ora con la alegría, ora con las lágrimas. Y como el sol y la luna no llevan nunca a cabo su recorrido sin encontrarse con nubes, así el hombre no es capaz de conducir a término ninguna obra que haya emprendido conservando la pureza inicial, sin que alguna tempestad lo perturbe. A semejanza del día y de la noche, que resplandecen a veces con su propia luz, y a veces se oscurecen por el paso de las nubes, el hombre afronta el combate del alma y el cuerpo. A causa del deseo de la carne deja de hacer el bien, pero a causa del deseo del alma progresa en el bien con alegría, porque en todas sus obras florece al calor del alma, tal como el mencionado aire vuela y en ella todas las criaturas.

 

Cómo el vientre encierra y retiene en si las entrañas y las comidas desmenuzadas por el molino de los dientes para provecho del cuerpo entero, así el alma tiene que mantener en el receptáculo de la memoria los pensamientos capaces de perfeccionarla y debe meditarlos con diligente discernimiento.

LXIII. Del mismo modo que por la garganta introducimos en el vientre la comida previamente desmenuzada por el molino de los dientes, así el corazón del hombre con el pensamiento y el conocimiento regula todo lo que le concierne. Y como el vientre contiene y encierra las entrañas, así el aire del que hablamos transmite a los frutos sus energías activas, conservando para la salud humana todo lo que hay en este mundo.
Del mismo modo el alma medita sobre todas las acciones acabadas y las confía a la memoria, de modo que no dejar pasar ninguna sin examen. Lo mismo que la comida se introduce en el vientre por la garganta previamente triturada por los dientes, así el alma con su respiración distingue las acciones del hombre y las registra con su escritura. Y recoge esta escritura a través de los pensamientos, para que hombre reconozca la cualidad de sus acciones y las someta a su propio juicio. El hombre las verá como formas de las cosas en sus mismos pensamientos, donde continuamente las acciones encuentran forma.
El hombre no puede olvidarse de sus obras, porque se mantienen en sus pensamientos lo mismo que las entrañas están encerradas en el vientre. El hombre, pues, se fortalece en todas sus obras en virtud del alma, porque ella es de naturaleza aérea. También los pensamientos, junto a la ciencia, están en el pecho del hombre al servicio de todas sus acciones, porque las preparan y las previenen, como la izquierda está al servicio de la derecha, y el invierno está al servicio del verano porque conserva todo lo que el verano produce.
Y también el alma está al servicio de los pensamientos, y los pensamientos son como las tablillas donde escribe el alma. Con los pensamientos perfila lo escrito sobre todas las obras del hombre y, casi escribiendo, se prepara a lo que el cuerpo la obliga a hacer. Cuando el hombre actúa mal siguiendo el deseo de la carne, a veces, sin embargo, se derrite en llanto, inducido al arrepentimiento por la virtud del alma, porque el alma deplora las obras malvadas de la carne, a pesar de que a menudo se someta al servicio de la carne al consentir a ellas. También estas malas acciones, cometidas por el placer de la carne, el alma las vuelve a llamar a la memoria del hombre con lacrimosos suspiros, como si las escribiera. Y como el invierno conserva los frutos del verano, así al hombre que está en el pecado, el alma le ofrece con celo aquel suspiro que tiene en si, a través del cual puede salvarse.

 

Las hinchazones de la carne que se levantan en el pecho y se llaman mamas simbolizan externamente la fecundidad del aire e interiormente los deseos encerrados en el corazón del hombre. Y como la mujer en comparación del hombre es tierna y débil, así también el placer de la carne en comparación con las fuerzas del alma no tiene ninguna fuerza.

LXIV. En el pecho, en cambio, donde se reúnen todos los deseos del hombre, ciertas hinchazones de la carne dan origen a las mamas, que significan la fecundidad del aire de que se ha dicho anteriormente. Ya que como las mamas enseñan la fuerza y la plenitud del hombre, así también designan la fecundidad del aire que hace fértil la tierra. La ciencia es al alma lo que la mente es al corazón, con ella el alma reconoce qué obras de los hombres la llevan hacia abajo y cuáles la hacen volar para arriba como el aire, por eso, gracias al alma se realizan todas las obras humanas. Y como el cuerpo humano se viste de prendas de diferente género, así el alma viste como vestidos las obras de la carne, sean cuales sean estas obras. Ellas siempre están presentes al alma pero visibles sólo a ella y a los espíritus, porque el hombre siega lo que ha sembrado, y al final presentará el ramillete de sus obras. El deseo del hombre se adhiere a su corazón como las mamas al pecho, y en ellas reside toda la energía del pecho. Por esta razón, a causa del deseo, el alma es obligada a colaborar con la carne en el cumplimiento de cada acción, porque es de naturaleza aérea, húmeda y caliente, como la fertilidad de toda la tierra se produce abundantemente a causa del aire.
Con esta parte, en el pecho, el hombre manifiesta su potencia, y con esta misma parte la mujer amamanta a los niños que todavía no pueden alimentarse de comida sólida. Así las energías del alma son fuertes, porque por su medio el hombre conoce y percibe a Dios, aunque también está al servicio de los deseos de la carne. Por este motivo el alma ablanda al cuerpo con suspiros de dolor cuando, contra su voluntad, descuida el servir a Dios como el siervo que, indignado, se aleja de su señor. El placer de la carne no tiene en si las energías del alma, a la cual desagradan los pecados, sino que va empujado por el ardor de la sangre. Por consiguiente el cuerpo se aflige por las energías del alma, pesaroso de no poder realizar con alegría, sin suspiros de dolor, sus pecados graves. El placer mismo, comparado a las energías del alma, no tiene ninguna fuerza para obrar el bien. Solo nutre del placer de la carne como el niño se nutre con la leche de la madre. El placer de la carne es débil en todo, como lo es la mujer en comparación a la fuerza viril. Pero el deseo del alma es tan afilado como una flecha, que vuela e hiere al hombre que es golpeado por ella. Por esta razón el placer de la carne a menudo se somete, quiera o no quiera a las energías del alma. Así, el deseo del alma despotrica contra el hombre que vive sin preocupaciones entre los placeres de la carne diciéndole: “Ten cuidado, que tu actuar es como barro maloliente y te producirá confusión, porque todo lo que emana un suave perfume se ha alejado de ti”.

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