Palabras del profeta Habacuc, colocadas y comentadas aquí para explicar esta afirmación.

V. “Yahvé mi Señor, es mi fuerza, me da pies como los de los ciervos, y por las alturas me hace caminar”. (Hab, 3, 19). Esto se interpreta así: Dios, que me ha creado y como Señor tiene poder sobre de mí, es mi fuerza, ya que sin él soy incapaz de hacer nada bueno y gracias a él poseo el espíritu vital por el que vivo, me muevo y conozco todos mis caminos. Es éste, el mismo Dios y Señor, el que cuando le invoco con espíritu de verdad, conduce mis pasos velozmente hacia sus mandatos, como el ciervo sediento se apresura a la fuente deseada. De este modo me conducirá sobre las cumbres que sus preceptos me enseñan y mandan, poniendo bajo mis pies las concupiscencias terrenales con la fuerza de la victoria. Cuando llegue a la felicidad celeste le tributaré eternas alabanzas.
En efecto, como el sol, colocado en el firmamento del cielo, domina a todas las criaturas terrenales y no hay nada que pueda oscurecerlo, nada podrá arrancar a Dios del fiel que funda su corazón y su ánimo en él. Fijo en él, desprecia sinceramente todas las cosas terrenales, nada puede escandalizarlo en este mundo. En el alboroto no será turbado por el temor de la muerte, en el sufrimiento no se queja del tiempo en que vive, nunca se junta con los ladrones en sus guaridas, es decir, la perfidia y el odio que muy a menudo engañan al hombre, y tampoco vaga en el torbellino de la inconstancia, según las inestables costumbres de los hombres que no dirigen su mirada al Creador porque realizan sus obras siguiendo la libertad de su voluntad. Por esto son parecidos al cangrejo, que avanza y retrocede, o sea como el tornado que reseca toda vegetación.

 

Qué significa que, según la diferente cualidad de los vientos y el aire, cuando se encuentran con los humores que hay en el hombre los agitan y transforman.

VI. Y luego ves que, por las diferentes cualidades de los vientos y el aire, cuando se encuentran con los humores que hay en el hombre, los agitan y transforman, y asumen la cualidad de los vientos. Esto indica que según la diversidad del soplo de las virtudes, y también por la cualidad de los deseos de los hombres, cuando ambos concuerdan y cuando el hombre quiere lo que quiere Dios, los pensamientos humanos, alejados del mal y vueltos al bien, se someten a la dignidad de las virtudes y los santos deseos. Dentro de cada uno de los elementos superiores hay un aire que se adecua a la cualidad de cada elemento. Gracias a este aire, el elemento empuja al movimiento de rotación con la fuerza de los vientos, pues de otro modo no se movería. Significa que el deseo del hombre de fe, se adhiere a las virtudes y a los consuelos y se une a ellas, y por esta razón el hombre se sustenta con el soplo de las virtudes en la destrucción del mal, pues de otro modo no podría volverse al bien.
Y de cada uno de los vientos, con la ayuda del sol, de la luna y de las estrellas, aspira el aire que templa al mundo, demostrando que todos los consuelos superiores de las virtudes, como del espíritu de fortaleza y también del espíritu del temor de Dios, y todas las otras iluminaciones que provienen de los buenos soplos, encienden los deseos que aspiran ardientemente a la felicidad celeste en los corazones de los fieles.
Todo el bien que obra el hombre, no procede de sus méritos, sino del don de la gracia de Dios. Cuando sin embargo, a veces, ya sea por el ardor del curso del sol, o por decisión divina, un elemento cualquiera se pone en contacto con una región cualquiera del mundo, allí mismo se pone en agitación junto con el aire que lo mueve, y aquel aire emite un soplo que es llamado viento. Este viento va directo hacia el aire de abajo, ya que cuando, gracias al espíritu de fortaleza y a la disposición divina, las energías de las virtudes superiores se despiertan para la salvación de los hombres, allí donde los deseos de los fieles se elevan a Dios y lo invocan, las energías evocadas con el deseo de las cosas celestes mandan desde este deseo un soplo a las mentes de aquellos mismos hombres para que se hagan capaces de todo bien.
Cuando el hombre invoca a Dios con pureza y fidelidad, Dios lo circunda con la muralla de las virtudes con justa decisión, ya que avanza rápidamente hacia el bien después de haber abandonado el mal. Y enseguida este aire se mezcla con el viento, ya que en parte proviene de él y en alguna medida son parecidos. Significa que las mentes de los justos concuerdan con el soplo de las virtudes, ya que amar lo que es justo proviene de las virtudes, y por tanto así se hacen parecidos a ellas. Y así este mismo aire se pone en contacto con el hombre y por tanto con los humores que están en el hombre, de forma que, según la cualidad del viento y el aire, cuando son de la misma cualidad, a menudo provocan cambios en él, debilitándolo o reforzándolo.
Cuando los espíritus de los hombres bienaventurados miran a la justicia, doman en ellos las concupiscencias carnales y concentran sus pensamientos sobre el soplo de las virtudes y sobre la devoción a los deseos celestiales, debilitando los vicios y aumentando la fuerza de las virtudes. En efecto, cuando el hombre domina con la fuerza de la razón su carne por amor de Dios, eleva bien arriba, hacia la santidad, su espíritu interior, como testimonia la Sabiduría, cuando afirma:

 

Cita de los Proverbios de Salomón insertados para aclarar el sentido de esta afirmación, y como debe ser entendida.

VII. “La casa del justo abunda en riquezas, en las rentas del impío no falta inquietud”. (Pr 15,6). Esto se interpreta así: como el sol, cuando a mediodía sube a lo alto alcanza el máximo de su calor, así la casa, es decir, el espíritu del justo que cumple todas sus obras como si se hallara frente el juicio de Dios, muestra en sí mismo una gran fuerza cuando progresa hacia arriba de una virtud a la otra, y haciendo eso, no pierde su riqueza. Tampoco nada debilita al sol en su círculo, ni cuando sube hacia arriba ni cuando difunde su calor. Tanto más el hombre que vive en la beatitud, cuanto más se enciende en el bien, tanto más arde en el celo por ser feliz. Su morada está en los lugares celestiales en los que vive con toda la voluntad y deseo, y la dulzura de aquellos lugares nunca lo saciará. Su fuerza es más alta que el firmamento y baja hasta el fondo del abismo porque el hombre es la criatura más fuerte de todas y el resto está a su servicio.
A veces el movimiento del firmamento sacude y remueve la tierra. El firmamento está al servicio de la tierra, empapándola de lluvia para que se mantenga compacta y produzca admirablemente sus frutos gracias al aire y al rocío. El hombre que vive en la beatitud atrae hacia si todas las cosas terrenales y no deja de hacer cosas buenas ni por hacer penitencia ni por miedo de los afanes terrenales y sube arriba en medio de la alegría de la vida eterna. Al contrario, en los frutos que los impíos producen obrando el mal y la perversidad hay confusión, porque con su indecisión se ahoga en el desorden del mundo y no camina a la luz del día ni tiene esperanza en la luz eterna. Se alimenta de las bellotas de los cerdos pero no encuentra vida en ellas porque no reniega de los deseos carnales.

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