Cualquier creyente, aunque sobresalga en virtudes, sin embargo a veces se ve casi abandonado y golpeado fuertemente por las tentaciones, para que no perezca engañado por la presunción de la soberbia.

XXXVII. Como ya hemos dicho, el signo del sol, ordenado tal como se representa por encima de la cabeza de la imagen humana, lanza sus rayos a los lugares indicados y también lanza rayos sobre el lado derecho de la imagen, e igualmente bajo sus pies, representado claramente en su círculo. Esto se debe a que el místico regalo del espíritu de fortaleza, del que se ha hablado, con la misma medida y efusión con que con sus soplos colma la intención del hombre, inspira las obras perfectas del hombre y los ejemplos con que produce la edificación a quien está próximo, para que vea lograda la plenitud de la felicidad y la deseada santidad.
Ciertamente, cuando las virtudes hacen progresar a un creyente que practica con buena voluntad las que son convenientes y le ayudan a cumplir lo que es justo, ellas mismas le alientan a dar ejemplo de buena justicia al resto de los hombres. Sin embargo, aunque estas virtudes por su inspiración protejan el hombre de varias maneras, permiten muchas veces que el individuo se vea tentado por la carne y por las artes diabólicas, y lo empujan en dirección del viento del norte, para que, por esta experiencia, conozca cómo puede defenderse de las tentaciones y no vaya a la ruina por enorgullecerse injustamente por soberbia, de la misma forma que perecieron los soberbios. A propósito de esto, el profeta Isaías ha escrito:

 

Cita del libro de Isaías, a propósito de lo anterior, y como debe ser entendida.

XXXVIII. “Por eso ensanchó el seol su seno y dilató su boca sin medida, y a él baja la nobleza y la turba gozosa. Se humillará el hombre, se abajará el varón, y los ojos de los soberbios se humillarán” (Is 5,14-15). Esto se interpreta así: el hombre que permanece en pecado se puede considerar como la luna menguante, que al menguar tiene su círculo oscuro y más tarde vuelve a aclararse. Porque, cuando el hombre se ve cubierto de tinieblas, se ve animado a menudo por la gracia de Dios a buscar dignamente la gracia, y si invoca dignamente la gracia de Dios, el Espíritu Santo lo ilumina con la visión de la verdadera luz, como la luna se reaviva con el sol. Y cuando luego esté tan confortado por las buenas obras que no pueda saciarse más, tiene que estar bien atento para no atribuirlas a su mérito, como si fueran obras suyas y no de Dios. Si así hiciera, empezaría a creerse Dios y, calculando poder hacer lo que quisiera, seguiría el ejemplo de Satanás, que considerando sus cualidades quiso ser como Dios y perdió también el resplandor de la misma claridad.
Por esto el infierno ha dilatado sus fauces, es decir las penas que contiene en sí, y tiene una voracidad sin límite, ya que está privado de toda alegría, y por esto, su voracidad jamás llega a saciarse, ya que, como las aves inmundas están ávidas por devorar cadáveres, así el infierno, en su iniquidad, atrae a sí y devora a los fuertes que combaten contra Dios, a los señores que se elevan injustamente, y a los ávidos de gloria que buscan la gloria propia y no la gloria de Dios. Por esto entendemos que también será bajado el hombre que consiente estos pecados, como fueron abatidos los espíritus infelices junto con su príncipe. Y también será humillado quien debería tener fortaleza viril, cuando resbala del bien hasta el mal. Y los ojos, es decir la ciencia, de los que creen de ser sabios en su soberbio orgullo, serán reducidos a la nada, porque ésos pierden la recompensa de la gloria que concede la humildad, ya que sin arrepentirse buscan recibir por sus obras buenas únicamente la gloria de las gentes. Pero si se arrepintieran serían acogidos como penitentes con el sacrificio del becerro.

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