El vermut de Santa Hildegarda


El ajenjo es una planta ruderal, que es la palabra elegante para los hierbajos de cunetas y escombreras; antes abundaba mucho hasta que llegaron unos dineros para caminos rurales, y las retroexcavadoras limpiaron las cunetas que si te sales te matas, y además casi acabaron con él.

El ajenjo es planta que si te la señalan y la pruebas, la reconoces, sobre todo por el amargor especial que tiene, pero por lo demás no hay forma de describirla inequívocamente; no es como el gordolobo o la yedra que no tienen pierde. Si acaso, se podría decir del ajenjo es que tiene un verde un tanto plateado y sin brillo, pero plantas así las hay a docenas.

Bueno, pues Santa Hildegarda sí que dice mucho del ajenjo, y además todo bueno. Para empezar, la Luz Divina dice en el capítulo 109 del Libro Primero de la Physica que "el ajenjo es muy caliente y tiene mucha fuerza y es el remedio principal para todas las las enfermedades", lo cual es una afirmación como para no olvidarla.

No se si habrán adivinado ustedes que al hablar de ajenjo estamos hablando de la planta que en alemán se llama wermut, que estrujada y mezclada con vino dió nombre al "vermú" o "vermut" (que de ambas formas lo recoge el diccionario), bebida tradicional de la villa y corte. Eso sí, no cualquier vermut -que como dicen los italianos puede hacerse con todo género de cosas, incluso con vino y ajenjo- sino el vermú de grifo y a ser posible de Reus que es lo castizo y saludable acompañado de la tapita que tengan a bien ponernos.

Los vermús italianos, que también están muy ricos, tienen fama de llevar ingredientes extraños, y tampoco se trata de poner el ajenjo en alcohol como la absinta de los franceses, de tanta tradición literaria y pictórica en el XIX galo. Como no se les habrá escapado, absinta es la pedestre traducción española de absynthe, que a su vez viene de absynthium, es decir, ajenjo.

Pero vayamos al grano: Santa Hildegarda, Doctora de la Iglesia, dice que un vermutito en ayunas reprime la bilis negra y las dolencias internas, aclara los ojos, fortalece el corazón, no deja que enfermen los pulmones, calienta el estómago, limpia las entrañas y da buena digestión. No está mal. La verdad es que la santa no dice exactamente vermutito, sino que, de mayo a octubre debe tomarse cada tres días un vermut preparado de la siguiente manera: Machacar ajenjo fresco, exprimir el jugo, colarlo por un paño y echarlo en vino cocido con miel. Con estas palabras de la Doctora de la Iglesia, que repetía lo que oía a la Luz Viva del Creador, el modesto ajenjo de las cunetas adquiere una importancia fenomenal.  El mismo capítulo enseña otras aplicaciones para el ajenjo:

Para el dolor de cabeza: Antes de acostarse, vertir jugo de ajenjo en vino caliente, mojarse con ello toda la cabeza de cejas a cogote y cubrirse con un gorro de lana. "Desaparece el dolor de cabeza, incluso si es pulsante, y el reuma de cabeza".

Si entra un bicho en la oreja: Untar el pabellón auricular de miel con manteca para atraer fuera al bicho. Cocer en vino ajenjo con la mitad de ruda y un cuarto de hisopo para que el vapor de la cocción entre en la oreja valiéndose de una pajita. (Si no hay ajenjo, se logra el mismo efecto quemando espigas de cebada). Esto debe hacerse muchas veces al día. Después que el bicho salga, que entre del mismo modo en la oreja vapor de aceite de oliva  caliente, que sanará las heridas interiores que haya podido causar el intruso.

Para el dolor de muelas causado por infección de la sangre (por sangre podrida, dice Hildegarda), en una olla nueva cocer ajenjo y verbena con buen vino. Colarlo, beberse el vino con azúcar y las hierbas ponérselas bien sujetas en la mandíbula.

Un dolor que obliga a toser, en el pecho o en sus alrededores, o un dolor de costado se curan dándose en la parte dolorida con ungüento hecho de jugo de ajenjo y el doble de aceite de oliva calentado al sol. Este ungüento sirve para todo el año.

Los tullidos  (virgichtet) por reuma o por cualquier otra enfermedad paralizante de tal  modo que "sus miembros amenazan romperse", deben frotárselos fuertemente al calor con un ungüento de ajenjo machacado en el mortero con la mitad de sebo de ciervo y la cuarta parte de médula de ciervo. No es que sea una receta fácil, pero a cambio dice que se curarán.

Como puede verse, para la Luz Viva, el amargor del ajenjo es salutífero, algo que sin duda debe tener significado simbólico; quizá para alcanzar la salud sea preciso gustar la amargura de la medicina.

Por otra parte, el ajenjo sale varias veces en el Antiguo Testamento, siempre como ejemplo de amargor; y en el Apocalipsis (8, 10) se habla de "una estrella gigantesca que cayó del cielo ardiendo como una antorcha". La estrella se llamaba Ajenjo y convirtió en ajenjo la tercera parte de las aguas.

También se llamaba Ajenjo, en ruso Chernobyl, también aquella localidad ucraniana donde la manipulación imprudente de una central nuclear provocó un escape radiactivo que todavía envenena -cada vez menos, gracias a Dios- extensas comarcas.