[TERCERA CARTA: en la que reprende a los prelados negligentes. Enlaza al final con la vida de San Ruperto]
Vosotros, maestros y profesores del pueblo: ¿Por qué estáis ciegos y sordos en el conocimiento profundo de los escritos que Dios os puso delante, del mismo modo que instituyó el sol, la luna y las estrellas para que el hombre racional conociera y discerniera con ellos el paso del tiempo?
A vosotros se os ha propuesto el conocimiento de las escrituras, para que conozcáis en ellas todo tipo de peligros como en un rayo solar, y para que alumbreis con vuestra enseñanza como la luna en las sombras de la noche a la infidelidad de los hombres descarriados que son como los saduceos, herejes y otros muchos errados en la fe, que están entre vosotros y que muchos de vosotros conoceis, que viven mirando al suelo como animales y bestias.
En efecto, como no ven ni quieren saber que son racionales por el hálito de la vida, tampoco levantan sus cabezas a Aquél que los creó y que gobierna a través de los cinco sentidos que les dio. ¿Por qué una persona racional se parece tanto a un animal que mira al suelo, que se levanta con un soplo, respira unas cuantas veces y así acaba, que no tiene otro conocimiento que el de sus sensaciones y el temor de herirse, y que no sabe actuar por sí mismo, a menos que se le impulse a ello?
¿Y como va estar bien que el hombre se asocie al ganado que le está sometido como criado, al que alimenta y al que manda y domina porque no es racional?
Por lo cual, el Padre Supremo le dice al Hijo, como escribió el Espíritu Santo: "Los gobernarás con vara de hierro, y los romperás en pedazos como vasija de alfarero1" Lo que quiere decir: A quienes se te resistan, "a estos reyes, con vara de hierro", que es dura para castigar. "Como vaso de barro", porque está hechos de lodo, "los romperás" porque son de tierra. No han entrado por la puerta de la rectitud de la fe; ni han destacado por la fama de sus buenas obras, porque son ladrones que hieren y destruyen por propia voluntad todo lo que desean, y son hipócritas que pervierten la Ley para su propia condenación.
En cambio vosotros [a los doctores], que con vuestras enseñanzas magistrales sois para quienes os escuchan como la luna y las estrellas, pero que sin embargo rumiáis las Escrituras mas por honor y riquezas del siglo que por Dios, oíd y entended que os es mucho más necesario arrancar las nocturnas tinieblas de los hombres infieles que están en el error y que ignoran por qué camino van, hasta que los traigáis a Nos por la fe.
Ahora, pues, regidlos, y mostrarles con admoniciones verdaderas que al principio Dios creó el cielo y la tierra y las demás criaturas a causa del hombre, que lo puso en el deleitoso lugar del Paraíso y que le dio un precepto que el hombre infringió, por lo cual fue expulsado a las tinieblas de su exilio.
Esta misma infracción muestra cuán grande fue la maldad de que el hombre no obedeciera al Creador, sino al que le sedujo2, ya que es más justo obedecer al Señor que a un criado mentiroso que [queria] asemejarse a su Señor. Asi pues, llenad con estas palabras sus corazones con vara de hierro, hasta que dejen de apartarse de su Creador, o si por infidelidad se apartan de Él que sepan que caerán al sepulcro del infierno con aquél a quien han imitado.
Pues en efecto, los que perseveran en la infidelidad se rompen como los cacharros que rompe el alfarero porque le parecen indignos e inadecuados. Y como no hicieron obras de fe, no pueden entrar en la vida eterna, igual que una vasija de alfarero mal hecha se rompe y no se repara. Entended estas cosas, vosotros que regís al pueblo, y mirad al Dios invisible que nadie puede alcanzar ni ver con los ojos de la carne. Y atended de qué forma administrais ese patrimonio vuestro que recibisteis de Él, porque en su nombre se os glorifica con gran honor, y regid al pueblo así para que el Día del Juicio no os avergonceis delante de Él de cómo habeis gobernado. Cuidad también que la voluptuosidad de la carne y los placeres del mundo no os causen tedio que apenas podais abrir un ojo a la doctrina celestial.
Estas cosas son duras para vosotros, porque quien atiende con diligencia a las cosas celestiales en lo que gobierna, hiere todo su cuerpo porque se aparta de los deseos de la carne.
Por tanto, por temor a Dios, que es la vida y la verdad, no desprecieis al ser humano de forma femenina que escribe estas cosas, que no está instruída en las enseñanzas de las letras, y que era débil desde su infancia hasta los sesenta años de edad . Ella no vio ni oyó estos escritos con los ojos ni con los oídos externos del hombre, sino que los vio y oyó con el conocimiento interior de su alma. Por tanto no querais enaltecer vuestra mente despreciándola, porque Dios, cuando quiso, hizo hablar a un animal irracional3.
Esta visión en la que yo, pobrecilla forma humana, vi ésto, no se apartó de mi alma desde mi infancia hasta la edad mencionada; y estas cosas que he dicho antes las escribí en este lugar que, destruido por unos tiranos, permaneció desolado durante muchos años. En él descansan las reliquias de San Ruperto, noble según las dignidades del siglo presente, y a quien Dios unió a Sí gloriosamente a los veinte años de edad.
Por gracia de Dios, y entre sus maravillas, por fin está restaurado este lugar después de muchos años de desolación. Pues con este santo suyo, el Señor recuerda que dijo a sus discípulos: "Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados"4 y no quiso omitirlo para que no quedara sin revelar.
Hay que escribir acerca de los méritos de los santos para que suene en los oídos de los fieles su fama buena y recta. La criatura canta alabanzas a Dios porque fue creada por él. Porque Dios es eterno, y su obra fue hecha para que alabara su nombre, ya que si el alma no estuviera en el cuerpo del hombre, éste no viviría, ni tampoco puede moverse la carne sin alma.
Así en Dios, el ángel es alabanza y el hombre es obra, y su alabanza son todas sus maravillas y los méritos de los santos. Él es la eternidad verdadera, que lo ha creado todo y que el Último Día renovará el cielo y la tierra cuya altura y profundidad nadie más ha tocado, y la amplitud de cuyo conocimiento nadie más podía entender.
Y así debe ser escuchado y comprendido por los fieles este texto de la Escritura: "Oh cuán gloriosa es la divinidad que, se revela creando y obrando a través de su propia criatura, tal como lo hizo con los tres niños a los que infundió que le alabaran en el horno de fuego sin visión alguna de las Escrituras ni enseñanza de los hombres"5.
Pues igual el alma feliz que ha dejado la carne no desea conocer ni saber más que de Dios, así estos tres chicos benditos, deseando a Dios ardientemente [aunque] todavía vivos en la carne, representan la naturaleza del alma. Dios Padre también quiso que su Hijo fuera llamado por la incredulidad de la ignorancia de Nabucodonosor, lo mismo que los espíritus malignos también lo conocen y sin embargo no confian en Él, a todos los cuales muestra con frecuencia todas sus maravillas.
Así también manifestó su omnipotencia en el fortísimo Sansón, cuya fortaleza vencía a los leones y las fieras6 y fue engañado por su esposa como Adán por Eva, pero que recuperando después sus fuerzas venció a aquella mujer y al resto de sus enemigos7 igual que Cristo despojó al infierno, rompiendo el poder de sus enemigos.
David prefiguró en la durísima batalla contra Goliat8 que Dios ataría a la antigua serpiente con la humanidad de su Hijo.
Liberó al pueblo israelita9 cuando envió tanta fuerza a una delicada mujer que mató a Holofernes por la noche, y en ella prefiguró a la madre del Hijo con la que había de liberar a su pueblo fiel.
Prefiguró en los santos antiguos el pacto de la Alianza con la profecía de los profetas y el holocausto de toros y carneros, porque predijo que la iglesia habría de unirse a su Hijo en el tálamo nupcial. Por la vestidura de humanidad del Hijo de Dios, la Iglesia se une al mismo Hijo de Dios que se dio a ella en herencia por su sangre, para que con el bautismo ella vuelva a engendrar a la vida a la prole que Eva engendró para la muerte.
Pues Cristo con su sangre se desposó con la Iglesia, tal como prefiguró el juramento que el siervo de Abraham hizo debajo del muslo de su señor10, es decir, que la Iglesia había de desposar a Cristo. Pero cuando Lucifer y todos los que están unidos a él, percibió que Dios Padre celebraba abiertamente una boda para su hijo, se estremeció. y del mismo modo que Caín derramó la sangre de Abel11, así también invadió los corazones de los incrédulos y tiranos para que prendieran, hirieran y mataran a los justos y buenos elegidos de Dios.
Esto es lo que Cristo dijo a sus discípulos en sus parábolas del rey que envió a sus siervos a que invitaran a los convidados a la boda, pero como no querían acudir, les envió otros criados para que vinieran, pues el banquete estaba listo12. Pero ellos, cuando se olvidaron, ataron a sus siervos y les dieron muerte con desprecio. Así también los judíos y otros incrédulos, que a menudo se juntan con gran alegría, mancharon la tierra con los santos antiguos a quien Dios envió primero y de los apóstoles que fueron enviados más tarde.
Pero Dios, por el un arco puesto en las nubes de cielo, tenía presente su juramento13, cuando Su Hijo, a quien simbolizaba el arco, quiso nacer de una naturaleza virginal intacta. Luchó poderosamente y sometió a todos sus enemigos del mismo modo que los hombres fueron borrados por las aguas del diluvio14, aunque también en la Nueva Edad15, los seres humanos se recuperan con el agua de bautismo, y Cristo reina en la Iglesia como el arco iris que aparece en las nubes.
En efecto, la Iglesia se une al Hijo de Dios como la circuncisión en la ley que precedió a la Iglesia y la sirvió de símbolo. Pero la Nueva Edad, dorada por el ornamento de la Iglesia, nunca será burlada del todo por algún defecto. Pues como el arco iris no falta en el cielo sino que se guarda con temor, y casi sólo lo ve un ojo, así [la Iglesia] será restaurada de nuevo en el Hijo de Dios. , como tambien en tiempo del Hijo se recuperara de la perdición.
En los diversos colores del arco antes mencionado está simbolizada la fuerza de las virtudes del número de miles de santos. En el color del fuego, la castidad y la continencia; en la púrpura, los martirios de los mártires; en el jacinto, las enseñanzas de los antepasados; en el verde en cambio se están comprendidas las virtudes de las buenas obras de los santos que, inspiradas por las del Hijo de Dios, se presentan radiantes como los rayos del sol.
El rey arriba mencionado envió sus ejércitos, condenó a aquellos asesinos y quemó su ciudad16 porque cuando sus dolores sobrepasaron a los antiguos, Dios Todopoderoso se airó contra sus enemigos y los príncipes romanos destruyeron Jerusalén, que estaba empapada con la sangre del verdadero Cordero y la sangre de otros santos, la revolvieron toda de parte a parte, y destruyeron todo lo conveniente de los que en ella habitaban, matándolos o vendiéndolos.
Entonces la Iglesia se reedifica[rá] de nuevo del mismo modo que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, desciende[rá] del cielo17, preparada por Dios como una novia adornada para su esposo, porque el Cordero de Dios reune consigo a la humanidad, [ya sea] lactante, infantil, joven, madura y decrépita, y con ellos la Iglesia se adornará con la renovación de las buenas obras y la humildad de las virtudes que descienden del cielo, lo mismo que cada uno de ellos realiza buenas y santas obras preparadas por el Espíritu Santo.
Como la esposa que se adorna para su marido cuando arde de amor por él, así también la Iglesia se une a Cristo y así también hizo Dios con su elegido San Ruperto, de ilustre estirpe y rico en el mundo, a quien empapó de gracias en su infancia y a quien condujo a un final bueno y vivió amado de Dios por la libre bendición de Dios.
[Con estas palabras termina el texto latino de la edición crítica del CCCM, la Patrología continua:]
Porque como en visión verdadera veo a nuestro bendito Santo Patrón Ruperto, privado de su padre, que vive con su madre viuda en este lugar, rebosando de buenas obras y sirviendo a Dios en castidad, humildad y santidad con los que compra las recompensas eternas con cosas perecederas y temporales.
Pues voy a hablar de ello como la Luz Viva me mostró y me ha enseñado en visión verdadera. En todas partes, la opinión sobre la verdadera santidad es que podía quedarse y permanecer largo tiempo; y allí donde no hubiera verdadera santidad la mentira no puede durar mucho tiempo, como la Divina Majestad me mostró abiertamente (y a algunas hermanas conmigo) con un gran milagro de grandes visiones en el lugar de sus reliquias, tal como es evidente a todos los entendidos.
Así pues, el padre de la madre de San Ruperto18, procedía de Lotaringia etc.
Esas cosas que siguen, se leen al comienzo de la vida de San Ruperto escrita por la misma Hildegarda. [Con estas palabras en cursiva termina el texto latino de la PL.]
(1) Sal. 2.
(2) Gen. 3.
(3) Num. 22.
(4) Mt. 10
(5) Dn. 3
(6) Ju. 14.
(7) Ju. 16.
(8) 1 R. 17.
(9) Jdt. 13
(10) Gn. 24.
(11) Gn. 4.
(12) Mat. 22.
(13) Gn. 9.
(14) Gn. 7.
(15) novum saeculum.
(16) Mt. 22
(17) Ap. 12. En ambos casos, el original latino está en presente.
(18) En este lugar el texto latino de la PL dice Roberti; en todos los anteriores, Rupertus, nombres con la misma raiz.